Sin techo y sin ley
A simple vista la historia de Wendy and Lucy podría sintetizarse en una balada folk que narra las aventuras de una chica que pierde en un pueblo al que recién llega a su perra y luego la recupera.
Nada más sencillo que eso es lo que realmente sucede en este nuevo film de la realizadora norteamericana Kelly Reichardt pero en realidad como toda gran película hay mucha tela para cortar porque no es descabellado encontrar en esta trama simple elementos sensibles que retratan la Norteamérica profunda y olvidada, principal foco de destrucción de la crisis económica de los Estados Unidos.
Sin embargo, también se puede encontrar en Wendy and Lucy un film intimista con una fuerte carga emocional detrás, que hace de la sutileza narrativa un recurso imprescindible a la hora de esquivar golpes bajos y lugares comunes.
Varada en Oregón tras perseguir el sueño de llegar a Alaska en busca de una mejor vida, Wendy (Michelle Williams, brillante) pierde el contacto con su perra Lucy luego de ser arrestada por sustraer de un supermercado alimento para perros. Quizá consciente de que el mundo regido por el individualismo y la indiferencia aventuran un futuro poco feliz en cualquier parte, comienza a buscar a su perra por las frías calles a la intemperie, sin un techo tras haber perdido su único hogar ambulante: un auto viejo.
La directora de Old joy, Kelly Reichardt, deja que la fuerza expresiva de las imágenes transmitan la desolación de su protagonista sin recargar las tintas sobre los costados emocionales y dejando que los sentimientos afloren de una manera natural, pero por sobre todas las cosas revestidos de verdad y genuinidad, algo que el cine norteamericano ha perdido hace rato.
Una gran historia, chica, pero demasiado larga –conceptualmente hablando- por lo que abarca; por lo que revela y porque cuenta con la destacada dirección de Kelly Reichardt, recientemente premiada en Venecia por su western Meek’s Cutoff también protagonizado por Wiliams.