Otra forma de comunidad
“Los seres humanos son como animales. Sobrevive el más fuerte”, va a expresar Meinhard, protagonista y gran personaje de Western (2017), la extraordinaria tercera película de la cineasta alemana Valeska Grisebach (Mein Stern, 2001; Sehnsucht, 2005).
La respuesta de su interlocutor, en una escena inolvidable por su significación política, va a conseguir quebrantar por un momento su desdichada situación de existencia. Tan solo un gesto que promueve la posibilidad inesperada de una comunicación afectiva entre dos personas de nacionalidades distintas y que logra agrietar la férrea disposición de una forma de pensamiento dominante. La infracción transitoria de una ley –“La ley del más fuerte” es el subtítulo de la película– que tiene como exclusivo propietario al hombre. Grisebach se va a acercar al universo masculino, va a indagar sobre sus mecanismos, las convenciones que rigen sus comportamientos y que dejan entrever la correspondencia íntima entre la masculinidad y el proceder nacionalista. Y lo va a hacer sin enunciar en ningún momento sus intenciones, sin explicarlas ni subrayarlas. El drama reducido a su expresión mínima. Una narrativa de pocas palabras, más bien pequeños gestos, en donde reina sobre todo la sugerencia, la insinuación.
Tan pocas palabras como las que va a formular Meinhard (Meinhard Neumann) durante el transcurso de la historia. Un hombre insondable y solitario –su mirada es un secreto–, exsoldado alemán en las excursiones imperialistas de Alemania en Afganistán, África e Irak. Meinhard trabaja junto a un grupo de obreros alemanes en la construcción de una central hidroeléctrica en una reserva natural de Bulgaria. La instalación del campamento germano en territorio búlgaro va a ser recibida por la población como una intrusión sospechosa que remite a una ocupación previa. Un incidente con una mujer de la zona va a acicatear una convivencia problemática. La relación de poder que se establece entre unos y otros será señalada con cautela. La mujer se convertirá en la manifestación más concreta de una disputa por el espacio. La prepotencia y la (im)potencia aparecerán como señales precisas de una virilidad en juego.
Cuando comiencen las tareas de preparación del terreno, los trabajadores alemanes instalarán, acaso como provocación, tal vez como signo irrefutable de pertenencia y propiedad, una bandera de su país. Se moverán en grupo; la nacionalidad los reúne, define su identidad. Sin embargo, Meinhard se mantendrá al margen, va a prescindir de esa “comunidad imaginada”. Como un outsider, como un superviviente sin lugar donde asentarse –“No hay nada que me haga quedar en casa”, va a expresar en algún momento–, intentará relacionarse con los habitantes del pueblo. Aproximación que será gradual y dialéctica, entre la aceptación y la resistencia. La actitud de Meinhard será observada con recelo por parte de sus compatritotas. Especialmente por Vincent (Reinhardt Wetrek), el jefe de la cuadrilla. El enfrentamiento entre ambos, contenido y sutil, sin necesidad de remarcar a partir de la exposición manifiesta de una violencia explícita, organiza el desarrollo de la trama.
En Western todo sucede a un nivel subterráneo. La tensión es encubierta. Grisebach exhibe un manejo notable del tiempo. Un relato que avanza con prudencia, sin apresuramientos ni sobresaltos. Las formas y los tópicos del género que el título del film advierte es reapropiado con inteligencia, en tanto que presenta un conflicto entre hombres –que revela, a su vez, el lugar que tiene la mujer en esa contienda–, desde una perspectiva singular, tan singular como un baile extraño. Una perspectiva que deja abierta la posibilidad de una forma diferente de reunión en la que estos hombres puedan, a pesar del lenguaje, comunicarse. O mejor dicho, para que puedan imaginar otra forma de comunidad. Gran película Western.