INVASORES
En Western, un grupo de obreros alemanes viaja a Bulgaria para realizar una obra hídrica: este punto de inicio le sirve a la directora Valeska Grisebach para construir una reflexión política sobre el choque de culturas que involucra una atractiva relectura del género emblema del cine norteamericano y que le da nombre a esta película. Los alemanes son los extraños que llegan y los que, con su presencia, generan tensión en un espacio sobre el que todavía penden las diferencias surgidas hace décadas durante la guerra. El conflicto es cultural, pero fundamentalmente territorial, reproduciendo con la elegancia de un drama concentrado la dinámica del invadido y del invasor. Y, claro, la aparición del cuerpo femenino como ese “territorio” donde el sentido posesivo y profundamente masculino se impone como disputa final, pero también como límite. Lo histórico, muy bien pensado por Grisebach, es lo que incorpora otros niveles al film.
La actitud de los obreros alemanes va de la soberbia al espíritu dominante sobre los búlgaros. Y entre ellos sobresale Meinhard (gran actuación de Meinhard Neumann), quien como un Clint Eastwood de la Europa trágica transita el territorio en plan taciturno, intentando asimilar ese cruce barbárico. La película avanza a partir de su punto de vista, es su mirada la que se impone, la que en un comienzo se maneja con recelo pero progresivamente va generando empatía con los otros y distancia con los propios. Inevitablemente, a partir de su espíritu curioso, Meinhard terminará atravesado por esa cultura distante y por esa lengua que le resulta incomprensible.
Como decíamos, la directora aprovecha la presencia de su actor para desarrollar el relato: es él quien se impone en el cuadro y en los cruces de miradas, quien observa y se deja observar. Es por eso que la película se anima a compartir su mirada horrorizada sobre ese grupo humano de brutos germanos que invaden prepotentemente. La lucha en el film se da entre dos formas de entender el acercamiento con el otro, en un crescendo dramático que alcanza su clímax en una secuencia festiva, en una suerte de duelo, que es pura tensión. La reflexión final de Western es amarga y se resuelve en un último plano notable: como en la mitología de Pocahontas (o de Danza con lobos, ya que estamos…), Meinhard de alguna manera se ha convertido un poco en el otro, pero ese es apenas el inicio de un camino que muy pocos tomarán, un camino solitario y que estrecha vínculos sin recurrir a la fuerza.