Lo evidente, lo innegable de WHIPLASH es que es una película intensa, atrapante, que funciona como un torbellino musical-emocional que arrastra al espectador –se lo lleva puesto– de una manera apabullante, como una banda manejada a un “tempo” feroz que se impone sobre los sentidos del público. La idea del “tempo” es central a la película, tanto argumentalmente como en su forma. Como realizador, Damian Chazelle usa un “tempo” que admiraría Fletcher, el conductor de la banda de jazz universitaria que maneja a sus músicos de la manera en la que un instructor de los marines manejaría a sus soldados. Fletcher y Chazelle son tiempistas puros.
“Are you a rusher or are you a dragger?” (sos un “apurador” o un “atrasador”?, podríamos traducirlo), le pregunta el conductor a Andrew, el joven baterista de 19 años que acaba de sumar a su banda y que no parece tocar exactamente en su “tempo”. El chico no lo sabe, bien porque la distinción es tan fina que no alcanza a darse cuenta o bien porque es una pregunta retórica solo para sacarlo de las casillas, demostrarle quien manda y obligarlo a esforzarse más. La forma de explicarle el asunto no está evidentemente sacada de los manuales del buen maestro y no le pidan a Fletcher simpatía, comprensión o palmaditas en la espalda. Para él, decirle a alguien “good job” (“buen trabajo”) es un crimen, son las dos peores palabras del idioma inglés. Una condena, asegura, a la mediocridad. Para resaltar esa idea usa una anécdota (que no es del todo real ni fue así) en la que el baterista de Charlie Parker le tiró un platillo en la cabeza al saxofonista luego de un mal solo y fue a partir de ahí que Parker se convirtió en “Bird”: volvió al otro día y tocó, según él, el mejor solo que el mundo jamás ha escuchado.
whiplash3Chazelle se suma a la tracción narrativa como un miembro más de esa pelea de egos. Es que Andrew no se deja del todo amedrentar por Fletcher ya que está hecho de una madera parecida. Es de los que creen que hay que sangrar y hasta morir en el intento de llegar a la grandeza por la vía del esfuerzo y el sacrificio. Los tres son “bilardistas” de la música (hoy podríamos decir “cholo-simeonistas”): no hay placer, no hay juego, no hay diversión. Hay que ganar a base de esfuerzo, concentración, sacrificio y hasta miedo. No importa que lo que toquemos sea necesariamente bello, pero tiene que servir para ganar la competencia. Lo mejor de la película está, si se quiere, en su “visión de túnel”: es un combate personal a ver “quien la tiene más grande” o “más huevos” en un universo en el que ese tipo de conceptos no suelen ser los más utilizados. Y los de afuera… los de afuera son de palo.
Vi la película por primera vez en Cannes y me fue imposible no dejarme llevar por su potencia narrativa. La edición frenética, el griterío constante entre conductor y baterista, la tensión permanente que se vive en cada sesión y lo que pasa más adelante en la historia hace que uno viva la película como si fuera una de acción. De hecho, creo que Chazelle sería ideal para dirigir filmes de suspenso. Su forma de entender el cine está más cerca del frenesí de montaje de las películas de Paul Greengrass o Michael Bay que de las de Clint Eastwood, claro, pero es evidente que tiene talento para la construcción de suspenso. El problema, para mí, volviéndola a ver, es que empiezan a volverse más y más evidentes no solo las trampas de su construcción sino la manera en la que tanto el director como sus protagonistas, por decirlo de cierta manera, arruinan todo lo que tocan. Son, digamos, elefantes en un bazar.
whiplashNo hay placer alguno en hacer música en WHIPLASH. Es un sacrificio y una tarea que se hace por obsesión y con garra. No da la impresión que Andrew disfrute sangrando en sus ensayos privados o siendo golpeado física y emocionalmente por Fletcher cuando toca con la banda. Hacen jazz pero podrían estar haciendo un edificio o peleando en el frente en una guerra. Son soldados que no disfrutan lo que hacen jamás y si bien terminamos escuchando algo parecido a buena música más nos preocupa la sanidad mental de los músicos.
Tampoco hay compañerismo ni aparece la idea que uno puede hacer tocar mejor al otro. No. Aquí es cada uno a lo suyo, guerra absoluta, competencia mortal. Si tocar en la banda implicara matar a tu competidor, tal vez lo harían. Es cierto que no todo es culpa del profesor –Andrew puede irse cuando quiera pero no lo hace–, pero nadie logra frenar esa andanada de maltrato porque, a fin de cuentas, la banda de Fletcher siempre gana todas las competencias en las que se presenta. Y si alguien tenía talento y no supo bancársela, ahí tendrán una anécdota que les servirá para entender lo que pasa.
NOTA: Lo que sigue contiene algunos SPOILERS sobre la última parte de la película. Si todavía no la vieron, preferible detenerse aquí o saltearse hasta el último párrafo.
Whiplash-4El conflicto más grande que se desata entre ambos surge cuando Andrew llega tarde a una presentación (por motivos tan sorprendentes como impactantes) pero insiste en tocar igual, aunque promediando la canción empieza a perder el famoso “tempo”. Fletcher lo echa de la banda y lo que sigue es una guerra psicológica. Andrew se enfrenta con todo a su ahora ex profesor y deja el jazz, pero luego se reencuentran y Fletcher lo convence de tocar una vez más con él. El enfrentamiento “en vivo” derivará no solo en un largo solo de batería (de vuelta, a manera de “a ver quien la tiene más larga”) sino en una suerte de celebración de los métodos educativos de este impresentable sujeto. Un par de miradas cómplices nos hacen entender que valió la pena el sacrificio y la tortura psicológica. O, como diría una tía mía, “que al final lo sacó bueno”…
Ahora bien, la idea de que la película termine celebrando los nefastos métodos educativos de Fletcher es por lo pronto un poco indigesta. Para Andrew será él una figura notable y valorada a diferencia de su padre, un buen tipo pero que no es otra cosa que un escritor fracasado que ahora trabaja de profesor en un colegio secundario. Andrew no quiere esa vida “mediocre” para él y también rechaza de entrada (en una muy buena y honesta escena) seguir de novio con una chica que le gusta porque sabe que, al final, cuando haya que decidir entre el jazz y la novia el preferirá el jazz y ella lo va a terminar odiando. Es decir: la película nos conduce hacia un clímax en el que, uno espera, Andrew pueda demostrar que sigue siendo un gran baterista más allá de las torturas de Fletcher y que todavía conserva cierto aprecio por sí mismo y por el género humano, pero Chazelle inserta unas miradas de comprensión entre ambos que parecen decir todo lo contrario: o bien que celebra la metodología del profesor o bien que ambos se convirtieron en sendos monstruos. Yo quisiera creer que la idea que busca transmitir es la segunda pero me da la impresión que es más bien la otra…
whiplash.insideEn cierto punto la película me hace recordar a RELATOS SALVAJES: son esos filmes narrados con tanta intensidad, talento y hasta virtuosismo para meter al espectador adentro de su trama que no permiten reflexionar demasiado sobre ciertas cuestiones bastante discutibles que la película nos muestra. Uno puede admirar la factura, pero también tomar distancia, si se quiere, ética, de sus procedimientos o su visión nihilista sobre sus personajes. Ambas películas proceden con similar lógica y ambas hacen una lectura parecida de la realidad, una especie de mundo darwiniano donde “el hombre es el peor enemigo del hombre” y en el que para sobrevivir hay que atacar sin reservas ni pruritos al otro, el rival, el contrario. Un mundo de monstruos.
WHIPLASH deja, además, algunos apuntes discutibles y snobs sobre ciertos temas que me parecieron bastante nefastos: Andrew tiene un póster de Buddy Rich en su pieza en el que dice que “los que no saben tocar, tocan en una banda de rock” y en otra escena se burla de dos jóvenes (amigos de la familia o primos) que juegan al fútbol americano. Tanto unos como otros no están a su altura, ya que ninguna de esas cosas en su visión del mundo –que parece ser también la de la película– se comparan con el jazz. Y, a fuerza de ser sincero, cuando uno lo ve ensayar a Andrew no siente estar escuchando buena música (ni siquiera música, bah) sino viendo a un boxeador golpeando bolsas en un entrenamiento, confundiendo talento con virtuosismo, swing con velocidad. Es la peor clase de músico posible: egocéntrico, competitivo, mecánico y pretencioso que se cree virtuoso porque puede tocar más rápido que nadie. Y eso, amigos, no se parece en nada a la música tal como yo la entiendo. Y si eso es lo que tiene para celebrar esta película intensa, atrapante, furiosa y violenta, mal que me pese por su admirable factura yo prefiero pasar de largo.