Otro cisne negro.
Es inevitable comparar a Whiplash con The Black Swan, esa gran película estrenada hace cinco años y que también fue nominada al oscar. Otro enfoque y otra cinematografía, pero prácticamente el mismo mensaje: la obsesión por éxito.
Whiplash posee un dramatismo completamente distinto al de The Black Swan. El filme de Aronofsky, fiel al estilo del director, era un drama de suspenso que lentamente asfixiaba al espectador, conduciéndolo hacia la inevitable tragedia. Esta propuesta carece de esa intensidad agobiante, pero es igualmente un drama inmersivo, que se sumerge en las profundidades más oscuras de la psicología humana para narrar las consecuencias irreparables de la búsqueda obsesiva de la perfección.
Sin lugar a dudas, la película se destaca en dos frentes claros: en lo dramático, con un J.K. Simmons insuperable; y en lo técnico, con una edición fantástica que combina planos y sonidos en forma perfecta.
Whiplash es una película brillantemente dirigida que ofrece un mensaje contundente: alcanzar la perfección usualmente tiene un alto costo. Al que le gusta el durazno, que se banque la pelusa.