En “Whiplash”, la buena música y las obsesiones van de la mano
Una muy buena opción para profesionales de ese arte con un duelo actoral sin desperdicios de las dos figuras centrales, motivos para destacar este filme animador de los últimos Oscar.
Impactante. Whiplash es de esas películas que dejan al espectador con la adrenalina al tope y el bombeo de los latidos sonando en los oídos como cajas de resonancia.
La alegoría podría darse al cabo de una épica en un campo de batalla, pero el escenario es otro, y el héroe, un músico, un estudiante de batería capaz de sacrificarlo todo al punto de evitar cualquier vínculo personal que lo distraiga del rumbo. Además, de su valentía al ponerse a prueba en una de las mejores escuelas de su país.
Andrew se mueve al ritmo de los tambores desde muy pequeño, cuando crecía al cuidado solo de su padre, un escritor frustrado y maestro, luego de que ambos fuesen abandonados por su madre.
Ya encaminado en su elección de vida, es capaz de buscar la tutela de Terence Fletcher, un profesor con métodos que la psicología moderna prescribe y obsesionado con encontrar entre sus alumnos al próximo Charlie Parker, “que fue Charlie Parker porque le lanzaron un platillo mientras tocaba”, según explica a los posibles candidatos a ingresar a su orquesta.
Cinco nominaciones a los Oscar, tres de ellos ganados por mejor actor de reparto, montaje y sonido, más una importante lista de estatuillas y pergaminos en la reciente temporada de premios avalan la propuesta del joven director Damien Chazelle, quien hizo con Whiplash su segunda experiencia en largometraje.
Chazelle originalmente concibió esta historia para un corto que tuvo una gran repercusión en el Festival de Cine de Sundance y en seguida atrajo la atención de una productora para expandir la trama en una película.
El hombre imprime pasión y un gusto exquisito en este duelo entre alumno y profesor que realizan el laureado J. K. Simons y Miles Teller, un actor que extraña que no haya sido considerado en las premiaciones por su labor.
Simons, es verdad, impresiona. Literalmente, produce escalofríos cuando la vehemencia excede al sentido común de su personaje.
El uso de la cámara –-¿qué decir de los rubros premiados?-- y el equilibrio para realizar una narración que da respiros en una escalada ascendente, dan sentido a las varias consideraciones que este filme tuvo como posible película del año.
El espectáculo extra lo constituyen los pequeños recitales que entraman en el relato, con temas universales como el que da nombre a la cinta, de Hank Levy, o Caraván, de Duke Ellington y Juan Tizol. Jazzeros, de parabienes.