Pedagogía de la grandeza.
La educación puede elevarnos hacía una apertura de caminos o inculcarnos una disciplina que nos permita alcanzar una habilidad extraordinaria, o simplemente homogeneizar y pasteurizar nuestras experiencias para llevarnos hacia una mediocridad que no nos permita construir nuevas formas de percibir, sentir, mirar y habitar el mundo. Bajo esta premisa surge Whiplash (2014), la segunda película de Damien Chazelle, que explora brutalmente las reglas del éxito en el restringido mundo del jazz a partir de la relación entre un profesor de música y un joven baterista de su orquesta.
Andrew Neiman (Miles Teller) es un taciturno, retraído y talentoso baterista que busca trascender en el jazz bajo el influjo de las grandes personalidades del género como Bernard “Buddy” Rich. Tras entrar en uno de los mejores conservatorios de jazz de Estados Unidos, el docente más exigente de la institución, Terence Fletcher (J.K. Simmons) lo selecciona para su orquesta y comienza un severo entrenamiento que lo llevará a un colapso nervioso y a la adopción de posturas cínicas, psicópatas y agresivas.
Sostenida en las grandes actuaciones de Teller y Simmons y una excelente dirección de Chazelle, el opus construye una metáfora dialéctica que pone en debate la tensión entre la necesidad del rigor educativo para lograr un esfuerzo extraordinario y la búsqueda de una destreza que alcance la grandeza, sin dejar de lado las consecuencias psicológicas de estas prácticas educativas para los jóvenes sin el temple para soportar ese nivel de exigencia.
De esta forma, Whiplash construye paso a paso -a partir de un guión maravilloso- el sendero que la relación entre profesor y alumno transita hasta llegar al límite de la agresión física y psicológica, conformando una radiografía de los conflictos educativos pero también cuestionando los lineamientos pedagógicos y la ética docente. Con una sutileza y una profundidad fuera de lo común en Hollywood, la película logra adentrarse en el mundo de la música y comprender la importancia y la tensión de varios ángulos conflictivos de la formación musical para exhibir técnicas de aprendizaje heterodoxas, según los cánones actuales que pregonan el elogio de la diversidad y el juego en lugar de la exigencia. Sin retrotraerse hacia un fondo, las interpretaciones musicales son parte substancial y esencial del guión, en especial las de Caravan, la hermosa composición de Juan Tizol interpretada por Duke Ellington, y Whiplash, la diestra obra de Hank Levy escrita para la orquesta de Don Ellis. En ambas podemos apreciar la complejidad y el virtuosismo que su armonía transmite y exige a sus intérpretes a través de los extenuantes ensayos a los que Fletcher somete a su orquesta.
Analizando incluso la retirada del jazz como vanguardia musical hacia reductos de melómanos expertos y aficionados presuntuosos, Whiplash indaga en el amor a la música y los sacrificios que los seres humanos se imponen para destacarse en el distinguido mundo de la industria musical profesional, centrándose en un desierto de soledad vinculado a la búsqueda de la perfección y concibiendo una espinosa historia sobre la obsesión de dos músicos para con el virtuosismo y el éxito artístico.