El hecho de que Whiplash haya recibido cinco nominaciones al Oscar y que tenga fuertes chances de llevarse al menos uno, pone al film a las puertas de lo que es un cierre fantástico para su propia historia. Hace poco más de un año debutaba en el Festival de Sundance y se convertía en una sensación, llevándose tanto el Gran Premio del Jurado como el del Público, los cuales no tienden a coincidir. Desde allí el film, que a su vez nace de un cortometraje de 18 minutos, hizo su recorrido con éxito por el mundo antes de tener su salida comercial y, lo que pudo ser un evento limitado solo al circuito independiente, probó que tenía el respaldo suficiente para crecer aún más. Y si la película de Damien Chazelle suma acólitos es por un simple motivo: es una gran película.
Lo logrado por el director en su segundo largometraje es de una intensidad como no se ha visto en el último tiempo. La percusión es el pulso de una banda y, como tal, Whiplash tiene un ritmo infernal que explota en lo que puede ser el mejor final que un film ha tenido en años. Si bien sus personajes lo son, no se trata de una película ambiciosa pero alcanza con creces todo lo que se propone. Apasiona desde el principio al fin, como un largo solo de batería que se extiende a lo largo de 107 minutos con distintos grados de energía.
Dado que la llevan en su totalidad sobre sus hombros –o sus manos, para ser más precisos-, es imposible no destacar por sobre todas las cosas las interpretaciones de sus dos protagonistas. Mucho se habló de J.K. Simmons –también lo haremos aquí-, pero se tiende a opacar a un Miles Teller que tampoco le pierde el paso. Si el chico está en todos lados (Divergent, Fantastic Four, dramas, comedias) se debe a que demostró tener aptitudes para muchos géneros, con un rango que supera al de la media. Desde el vamos, es absolutamente convincente a la hora de fingir que toca la batería en una banda de primer nivel de jazz, lo cual no es sencillo como con el piano, que gracias a la magia del cine y de unos planos cerrados o en detalle sobre las manos se puede lograr que cualquiera luzca como un virtuoso. La pasión de Andrew se vuelve pronto en una manía, se posiciona al borde de su resistencia física y mental en cada oportunidad en que se sienta frente a su instrumento, y todo esto es creíble por un joven con gran futuro en la industria.
De más está decir que quien brilla en serio es J.K. Simmons, un hombre de larga trayectoria como actor de reparto tanto en la pantalla grande como chica, cuyo papel más reconocido hasta la fecha era el de J. Jonah Jameson en las Spider-Man de Sam Raimi. Por fuera de ser una suerte de musa para Jason Reitman, que lo puso en todas sus películas aunque sea en algo mínimo (Juno es la más recordada), no ha tenido grandes oportunidades para obtener un reconocimiento merecido más allá de que siempre cumpla con lo que se propone. Whiplash le da esa chance con un papel que le otorga mucho tiempo de cámara y que le permite cierta libertad para ser verdaderamente aterrador, un villano de ley que no tiene nada que envidiarle a algún némesis de historietas.
Fletcher es la pesadilla de todo alumno, pero también de todo individuo en cualquier ámbito. Un hombre convencido de que está haciendo el bien más allá de que sabe que sus métodos son de mínima cuestionables, es un peligro. Y frente a su banda de jazz, es una figura temible e imponente. Su remera corta y apretada pone de relieve unos músculos que no se sabía que el actor podía tener, su rostro severo por momentos parece el de un monstruo que espera abalanzarse sobre su presa. Frases que repite como "not quite my tempo" (no es mi tempo) o "rushing or dragging" (apurando o retrasando) se vuelven causales de terror en su boca, cual si fuera el sádico de Szell que pregunta "¿Is it safe?" en Marathon Man. El trabajo de Simmons es notable y ayuda a que el film se consagre, con un personaje enorme y verborrágico que lanza insultos como dardos y sabe perfectamente qué botones presionar para llevar a sus alumnos hasta la cornisa.
Whiplash es un gran film que explora la dinámica entre alumno y profesor con una potencia difícil de encontrar. Sí, hay otros aspectos que sufren por ello como la escasa vida romántica de su protagonista o la relación con su padre, un Paul Reiser que desde hace tiempo se extraña en la pantalla. Pero es innegable que Chazelle construyó una obra poderosa, una batería con sus tambores y platillos bien ubicados y afinados, que dan en la nota con cada toque magistral de su conductor. La música es de primera, como es de esperar con una película así, y su edición dinámica pero no apabullante es otro de los aspectos que hacen al lujo de la producción. Y como si todo esto no alcanzara, el realizador pone en marcha el cierre perfecto. Uno en el que todo lo que hizo de Whiplash una gran película, confluya en una larga secuencia final con una pasión desbordante y explosiva.