El cine dentro del cine no es precisamente una novedad, muchos cineastas han apelado a este recurso, que puede resultar atrayente para el espectador entendido. Quizás la película modelo en este subgénero sea La noche americana, sin embargo este delicioso film de Andreas Dresen (que venía de ofrecer una joya como Nunca es tarde para amar), merecería figurar en un lugar destacado detrás de aquella obra maestra de Francois Truffaut y acaso de La mujer del teniente francés de Karel Reisz. Más que nada por su formidable pintura de una luminaria actoral en decadencia, ese Otto Kullberg que se debate entre su amor por el cine y sus problemas de comportamiento, ligadas mayormente al alcohol. De ahí el título Whisky con Vodka, que también funciona como una alegoría ligada al protagonista y a su actor reemplazante. Ese hombre endiosado y despreciado que, más allá de sus debilidades, sigue siendo un artista; una entrañable excusa narrativa que no oculta un indisimulable homenaje al cine. Los devaneos amorosos del equipo, los problemas de egos y cartel y otros detalles del universo de un rodaje, son situaciones de la trama que suman atractivos por partida doble, al reflejar otro film en proceso. El abanico audiovisual se completa con la canción de Gardel Por una cabeza, que forma parte de la banda de sonido, y la excelente composición de Henry Hübchen, dentro de un elenco inmejorable.