Una sosa batalla de recelos
Hasta hace unos años, Andreas Dresen aparecía como posible recambio para Doris Dörrie, que a mediados de los ’80 inoculó, en el cuerpo habitualmente severo del cine alemán, dosis inéditas de humor y frescura. Eso mismo es lo que algunas películas de Dresen –como Grill Point (2002) o Verano en Berlín (2005)– respiraban. Más allá de su posible cálculo comercial, el sexo de la tercera edad que sostenía a la muy exitosa Nunca es tarde para amar (2008) le daba todavía algún filo al cine de este nativo de la ex Alemania oriental. Desvaída muestra de cine-dentro-del-cine, Whisky con vodka, su película más reciente, muestra en cambio con el filo romo a este realizador más que cuarentón.
Cuando Otto Kullberg se cae en medio de una escena, los productores, algo preocupados, piden al realizador Martin Telleck que busque un posible reemplazo para la veterana estrella, tan célebre por su talento como por sus borracheras. Telleck se decide por el actor de teatro Arno Runge, unos años menor que Kullberg y sin la menor experiencia cinematográfica. La idea de filmar una versión doble de la película, haciendo rodar cada escena a Kullberg y luego a Runge, se probará demasiado extrema para el ego del veterano, generándose un espeso clima en el set. Si a eso se le suma que Runge no tiene mejor idea que coquetear con las dos partenaires de Kullberg (la cincuentona que supo ser su amante, y la veinteañera con quien a aquél le gustaría tirarse una canita), todo está dado para una de esas batallas de celos y recelos que sólo un set de rodaje puede prohijar.
Whisky con vodka –título que alude a los licores favoritos de Kullberg y Runge– se queda a mitad de camino de casi todo. No es lo suficientemente graciosa como para ser una eficaz comedia frívola. No dice nada sobre el cine, los actores o el sexo en los rodajes que no se haya visto antes en La comedia de la vida, La noche americana o S. O. B. Tampoco sobre las relaciones entre el actor de teatro y la estrella de cine, o sobre la leyenda vieja y alcoholizada (asunto mucho mejor desarrollado en una comedia como Mi año favorito). Los actores no tienen el aura o carisma que deberían, aunque el veterano Henry Hübchen más o menos zafe. La película que filman, una comedia erótica de época que transcurre en un balneario tipo Lido de Venecia, invariablemente fotografiada a través de densos filtros de color azafranado, debería ser “audaz” (el protagonista va a la cama con madre e hija), pero es entre sosa y kitsch. Casi tanto como la película que la contiene.