La noche alemana o el ocaso de una vida
Las vidas de las viejas estrellas de cine son siempre glamorosas. La vida de las estrellas viejas… eso ya es otra historia. Historias de mezquindades, egoísmos insostenibles, narcisismos reprochables, solicitudes extravagantes, son sólo algunas de las características que suelen asociarse a la figura de estos personajes estelares.
Cuando los astros comienzan a perder la luz que generan, intentan vivir de la luz refractada que los otros le devuelven. Esa luz que ya no es propia, y que duele en cualquiera de sus formas; que lastima en lo más vulnerable del ser; en lo que uno desea que los demás piensen de nosotros. Cuando esa luz se apaga entonces, cuando incluso el artista se ha ido, queda sólo la mueca, las extravagancias, los gestos de divismos caricaturescos (o grotescos), sombras de lo que ya no es. Las estrellas viejas son, por definición, personajes trágicos.
Otto Kullberg es una gran estrella del cine alemán de la edad de oro. En los últimos años ha tenido problemas con el alcohol, lo que le ha hecho perder algunos trabajos. Ante una nueva recaída en su película más reciente, los productores deciden hacer un rodaje doble con un actor sustituto, Arno, más joven, por si Otto no pueda finalizar el rodaje. Esto incentiva al protagonista, al mismo tiempo que lo humilla en su narcisismo. Otto es esa estrella de cine que se está apagando, y que intenta mantenerse encendida con el alcohol. No sufre a flor de piel pero padece, y lo hace saber cuando es necesario. Necesita del respeto y del cariño del otro, como acaso todo ser humano que se precie de tal. Otto es muy humano y más humano que cualquiera. No es casual que tanto en el principio del film, como hacia el final, la estrella haga referencia explícita a su necesidad de amor.
La primera escena nos muestra a la estrella en el cuarto de maquillaje dirigiéndose a su maquillador: “…Nadie me trata como vos…’, “…por eso acepté este película…’, “…vos me tratás con amor…’ (los diálogos son aproximados, no literales). Luego, en la cena de fin de rodaje, Otto pide hablar. En ese discurso desnuda su alma lastimada: “...me hicieron sentir como el orto. Es cierto, les hice perder un día de filmación. Pero yo he perdido la mitad de mi vida con directores que no sabían lo que buscaban, o por errores de iluminación, o por autos que se rompían. Sin embargo, yo desnudaba mi rostro una y otra vez cuando la cámara se encendía. Lo único que yo esperaba era un poco de respeto, acaso -¿por qué no?- un poco de amor...”.
La historia se va complejizando con enredos amorosos, propios de la vida errante de los rodajes, que intentan ser un contrapeso respecto de la historia principal, pero sin conseguirlo de manera totalmente satisfactoria. Aunque tiene momentos muy logrados, Whisky con vodka, del realizador Andreas Dressen, es despareja en la trama de conjunto, con historias secundarias poco consistentes y gratuitas que no aportan -si acaso estorban- al desarrollo de la trama principal. No obstante, merece destacarse especialmente la actuación de Henry Hübcher en el papel de Otto.
Por otra parte, si bien la idea principal es potencialmente atractiva: la sustitución del actor maduro por el actor joven, ésta no se termina de consustanciar en el relato ni en los caracteres de los personajes involucrados (Otto y Arno, el actor sustituto). En este sentido hubiese sido necesaria una intensificación del conflicto, que termina diluyéndose en el conjunto argumental.
Para aquellos que valoren los casos de intertextualidad en el cine les resultará de interés saber que el comienzo y final de la historia coinciden con el comienzo y fin del rodaje en la ficción. Es decir, que el film desarrolla como estrategia discursiva lo que los teóricos franceses de la Nouvelle Vague denominaron cine en el cine, o sea, la enunciación que se enuncia a sí misma. El ejemplo paradigmático de este tipo de discurso lo constituye el film francés de Francois Truffaut, La nuit américaine (La noche americana. 1973), al cual este film alemán parece estar homenajeando de manera implícita.