Luz, cámara, trago y acción
El film del director alemán Andreas Dresen es una de esas películas que tienen como escenario principal el de un set cinematográfico. La intención metadiscursiva aparece sola y lo hace con ingenio e ironía, dejando traslucir las pequeñas miserias humanas. Cada personaje puede así lucirse y mostrar sus distintas facetas. Con el encuentro de todas ellas este film se permite jugar y lograr divertir como si se estuviera riendo de sí mismo.
El principal protagonista de Whisky con Vodka es Otto Kullberg (Henry Hübchen), un actor de cine de larga trayectoria que ya ronda los sesenta años. Su problema con el alcohol lo alejó por un tiempo de su trabajo y ahora, citado para un nuevo proyecto, decide retomar su carrera. En las primeras escenas a rodar Otto se presenta borracho en el set, por lo cual los productores deciden asegurar su film ante una posible recaída del actor. Para ello acuerdan realizar las escenas de Otto por duplicado, convocando para esta misión a un actor de teatro sin experiencia en cine y más joven que él. Esto enloquecerá a Otto pero también vivirá el rodaje como un desafío y una tragicómica autorreflexión sobre su vida y carrera.
La película refleja en forma contundente aquello que ya aparece en películas que toman al cine como su tema principal. Esto es: que la construcción de una ficción tiene tanto de ficción como la que se intenta realizar. Desde aquí se desprende una ácida mirada hacia el mundo de los actores. Se los presenta como seres egocéntricos, en busca de una constante reafirmación, ya sea a través del reconocimiento de sus pares, del director o bien a través de la conquista sexual.
Whisky con Vodka (Whisky mit Wodka, 2009) indaga sin embargo un poco más allá de este cliché sobre el mundo actoral y es aquí dónde se produce un desarrollo más original de la temática. Tanto Otto como Bettina (Corinna Harfouch), la otra actriz del film en rodaje, ya son actores consagrados, que brillaron en la pantalla cinematográfica. Aquí el cine se vuelve sobre sí mismo, pues tematiza de esta manera la idea del tiempo, una de la principales cualidades que define este arte. El tiempo cinematográfico es el de lo infinito, del presente eterno. En cambio, fuera de este, queda una realidad finita, donde nada detiene el constante devenir. Aquí están Otto y Bettina haciendo una lectura de lo que fueron y ya no son. Y en el medio de todo esto una película que rodar, un set de filmación y dos ficciones que se mezclan creando un paralelismo.
Resulta imposible ver este film (y de seguro realizarlo) sin tener presente el film de Francois Truffaut La noche americana (La Nuit américaine, 1973) película sobre un rodaje dónde él mismo actúa y asume el rol del director. Esta referencia obligada se debe a que pareciera ser que el séptimo arte necesita películas que lo tengan en la mira y le recuerden de vez en cuando la pasión, la locura, el talento, los infortunios, la avaricia, la belleza y la nostalgia que lo rodean. Estas verdades son su esencia y lo convierten en ese objeto de deseo llamado cine.