El otro lado de un filme
Microcosmos, irónico y melancólico, de un rodaje.
Whisky con vodka , del alemán Andreas Dresen, tiene un aire de película de Woody Allen: más exactamente de La mirada de los otros , aquella del director que se quedaba ciego el día antes de empezar un filme. Metalenguaje cinematográfico; rodaje dentro de un rodaje: el recurso no es nuevo. Con humor melancólico (o viceversa), y una mirada irónica, Dresden pone en juego, al menos en la superficie, las pasiones y miserias que se juegan dentro de un set: en este caso no de un filme de Hollywood sino alemán, de mediano presupuesto (para nosotros; para ellos, bajo).
La historia se centra en Otto Kullberg (Henry Hübchen), un viejo actor, cínico, egocéntrico y alcohólico, que mantiene su popularidad y talento: razones (sobre todo la primera) para que los productores de un filme ambientado en los años ‘20, Tango for Three , lo convoquen. Pero Otto, que ya arrastra una historia de escándalos apetecibles para la prensa, parece en plena decadencia. Y el director de Tango ... (cuyo leitmotiv es Por una cabeza ) es joven, inseguro y dirige a Otto por primera vez. Un combo complicado para una empresa complicadísima: hacer cine.
Cuando la vieja estrella se queda en blanco frente a cámara, sin perder su vanidad ni su soberbia, el productor da una orden a la que el realizador (Sylvester Groth) se somete, como se suele someter a consejos o caprichos de los actores.
Tango...tendrá que ser filmada por partida doble: Otto rodará una escena y, acto seguido, lo reemplazará otro actor que hará su papel en la misma toma. Si Otto no rindiera, el filme se estrenaría con el intérprete suplente.
No es casual que el actor elegido, Arno Runge (Markus Hering), -más joven que Otto, intérprete de teatro, sin experiencia en cine- sea de la ex Alemania Democrática. Su rol en el filme será de segunda: el mismo que, se sugiere, tienen en la Alemania unificada aquellos ciudadanos que vivían bajo el régimen comunista. La única forma de triunfo de Arno sería que Otto, al que él admira, fracasara. El ambiguo vínculo entre ellos será uno de los nudos centrales de Whisky...
Sin solemnidad, la película se propone como una reflexión sobre distintas cuestiones. Las múltiples dificultades para llevar adelante un rodaje (que no son conjuradas por la épica artística, como, por ejemplo, en La película del rey ); los vínculos que se juegan en las filmaciones, muchas veces traspasando límites entre realidad y ficción (amores, envidias, celos, egocentrismo); y las inevitables erosiones de la vejez. Erosiones que, sin embargo, no aplacan la pasión.
Dresen, de apenas 47 años, ya trató las pulsiones otoñales en Nunca es tarde para amar . En Whisky...
logra un filme disfrutable, amable, aunque, por momentos, excedido en subtramas sentimentales y un tanto retórico.