Ralph, el demoledor se presentó en 2012 como una propuesta sospechosa de los estudios Disney: usufructo nostálgico del mundo gammer más una lógica calcada a Toy Story; no eran aquí juguetes vivientes por fuera del rango humano, sino personajes de videojuegos que también hacían del olvido una muerte simbólica.
No obstante, bajo estos pilares carentes de originalidad, la película encontraba una frescura envidiable, un humor con dosis alquímicas de inocencia y agudeza, una plétora de colores y texturas, además de una coherencia narrativa que en sus matices alejaba a Ralph y Vanellope de Woody y Buzz, porque ese terror al rechazo, en realidad, exponía en estos protagonistas una marginalidad que debían asimilar antes que subsanar.
En Wifi Ralph, esos matices que distinguieron a la primera entrega se diluyen. El error central es extrapolar personajes a un universo ajeno y difuso: internet.
Mientras en Ralph, el demoledor el pacto ficcional implicaba aceptar un microcosmos en donde los personajes de videojuegos saltaban de arcade en arcade, aquí las fronteras son intangibles, indefinidas como el mismo ciberespacio.
¿Qué se intenta teatralizar exactamente en Wifi Ralph? ¿Las app de celulares, las redes sociales, la comunidad gammer on-line, el folklore de la informática con sus virus, spams, hackeos, etcétera, o los contenidos específicos, como la banalidad de los videos de gatitos?
Nada organiza esta red simbólica, y que Ralph y Vanellope, avatares de videojuegos, participen en subastas de e-bay, interactúen con la CEO de una plataforma de streaming, desciendan a la deep web o luchen ante la caída del servidor, posiciona al producto en la misma encrucijada que Emoji, la película: la desesperación por personificar nuestra vida tecnofílica encandila el verosímil que cualquier obra necesita para cautivar.
El predominio de la idea (caricaturizar internet sin precisarla en círculos concéntricos) por encima de la narrativa es evidente en aquellos pasajes que, irónicamente, sacan al filme adelante.
La deformidad de Wifi Ralph habilita que pase o aparezca cualquier cosa, situaciones dislocadas en donde tanto guionistas como animadores sufren arrebatos de inspiración, por caso un pijama party con todas las princesas de Disney o la partida de un videojuego violento estilo GTA. ¿Son esas viñetas constitutivas y necesarias? En absoluto, serán en todo caso la única chance que los realizadores tengan para lucirse ante la inconsistencia general.
Si Intensa-mente fue un astuto teatro de la neurociencia, una alegoría perfecta y sentida, Wifi Ralph se para en sus antípodas: la representación rebuscada y canchera de internet.