“Hablar el aymara es vergonzoso. Así dijo”
Wiñaypacha (‘eternidad’), película peruana estrenada en 2018, autoría del director Oscar Catacora, es la primera del país hablada totalmente en aymara.
Cuenta la historia de una pareja de ancianos Willka y Pahxsi, quienes viven en el altiplano, por ende un lugar aislado lo que dificulta el suministro de alimentos y objetos básicos, pero principalmente lo que aqueja a esta pareja es la ausencia de su hijo, el que ha migrado a la ciudad.
La nostalgia una vez más nos acompaña en esta oportunidad. Pahxsi la mujer, es una madre que no pierde las esperanzas del retorno de su único hijo Antuku (estrella que no brilla), mientras que Willka prefiere ver la realidad y asumir que él jamás volverá. Este suceso provoca que Willka baje al pueblo más cercano en busca de suministros, esencialmente fósforos porque el fuego es vital para subsistir. Está travesía comienza el desenlace de ambos y los lamentables designios del destino.
Wiñaypacha es un relato hermoso y conmovedor, que retrata la vida de muchos de los descendientes de pueblos originarios que persisten por mantener una identidad, a través de sus estilos de vida. La película nos enseña, en algunos instantes, ritos y ceremonias que sacralizan la vida y presentan una profunda cosmovisión que aún persiste.
La desolación es una determinante y ante la imposibilidad de generar cambios en un proceso de abandono frente a estos pueblos, se hace evidente en la imagen del hijo ausente, pues éste es la sociedad y también lo somos todos aquellos que demostramos desinterés por culturas que forman parte del territorio donde vivimos actualmente. La colonización no ha terminado, es un legado que aún mantenemos y llevamos.
La simpleza de la vida de esta pareja es mostrada de una manera magistral. Los planos y tiempos permiten la contemplación de la magnificencia del paisaje. Lo sublime, sin lugar a dudas, queda plasmado en cada una de las fotografías de este film. El sonido queda al servicio del registro de la imagen, lo que intensifica la esencia de la película ahondando en lo característico de encontrarse afectados por lo natural.
Maravillarse con sus costumbres y el trato con todo aquello que los rodea, son aspectos que nos posibilita el visionado de este film. Animales como hijos, así como el viento y la montaña como espíritus que acompañan en su cotidiano generan una reflexión sobre nuestras propias formas de relacionarnos. El amor entre Willka y Phaxsi es realmente emocionante: aunque todo esté perdido no sucumbe ante un escenario desolador y no pierden las esperanzas continuando fieles a sus creencias.
No por nada la película refiere a lo eterno, el simbolismo es utilizado de manera delicada y estéticamente muy acertada. Ante lo cual, no exagera ningún elemento retratando de manera fehaciente la cotidianeidad de la vida en el altiplano. La ausencia del fuego con su aparición sentenciadora, el ritual de Willka hacia el viento, los sueños de Phaxsi y los pilares de piedras que representan a ambos, son elementos que otorgan una lectura que invita a abordar estas realidades desde una cultura diferente y ancestral. Esta perspectiva toma mayor fuerza, porque ambos protagonistas no son actores, si no personas que conocen la vida bajo condiciones similares a las mostradas en el film.
Como es costumbre, es necesario remitirse a una escena que reúna las características para el clímax de este largometraje. La cinta contiene muchas escenas simbólicas de incalculable belleza, ya sea para el deleite visual como para la trama de la historia. Sin embargo, el momento de mayor trascendencia y que calza justamente con la intención de este film, es la última escena cuando, tras la muerte de Willka, Phaxsi queda sola en la montaña. A su compañero se lo han llevado como presagiaban sus sueños, los hijos que le quedaban sus animales también se los han arrebatado y la casa ha quedado bajo las cenizas. Entonces Phaxsi emprende su viaje, la despedida de este mundo montaña arriba, hacia la eternidad.