You look like a movie star
But I know just who you are
And, honey, to say the least,
you’re a dog-gone beast
HIJO DE POOH…
Escribir sobre una película buena es relativamente fácil: usualmente, lo bueno eleva todo lo que toca y nos permite esbozar alguna que otra lúcida reflexión. Cuando una película es mala pero ha sido realizada con propósito, también puede encontrarse allí una generosidad que permite pensar sobre el lenguaje, aun a costa de las fallas en su uso. Acaso la falla resulte incluso más estimulante, porque nos permite ver las costuras y entender por qué pasó lo que pasó, o por qué no pasó lo que tenía que pasar. Winnie the Pooh: Sangre y miel no pertenece, claramente, a la primera tipología. Tampoco pertenece a la segunda: para que una película fracase en el intento, tiene que haber uno. Acaso pertenezca a una tercera tipología, sobre la cual encuentro muy difícil escribir porque obtura cualquier tipo de acercamiento: el de la pieza vacía, mercenaria, inmune a todo desdén porque ya se desdeña a sí misma, en la infinita desidia de su realización y en el oportunismo caradura del productor avispado que vislumbró esta idea.
Siendo justo, como idea de producción es brillante. El origen de este proyecto ya es tan de dominio público como los derechos del personaje del osito adicto a la miel, cuya exclusividad caducó en 2022. De esta manera, se abrió la posibilidad para que otros creativos -aparte de los de ese mastodonte alimentado a base de IP’s llamado Disney- pudieran hacerlo protagonista de sus historias. La primera idea que apareció, resulta, fue ponerle un hacha en las manos y convertirlo en el villano de una slasher. Divertido y hasta prometedor, diría yo. Bueno, no. Nada de eso.
Desde el punto de partida, Winnie Pooh: Sangre y miel se plantea como un dislate que desdeña cualquier asomo de construcción de un verosímil, no digamos ya de algún uso creativo del medio audiovisual. Luego de un prólogo toscamente animado que pretende remitir a las películas de Disney, un salto temporal que nos presenta un Christopher Robin adulto (Nikolai Leon) que regresa al Bosque de los Cien Acres -escenario de sus aventuras infantiles junto a Winnie, Piglet, Igor, Conejo y Tigger- junto a su pareja, Mary (Paula Coiz). Durante el largo tiempo que Christopher pasó lejos de sus amigos antropomorfos para dedicarse a los estudios, ellos han perdido todo rasgo de humanidad. También han perdido a varios de los suyos: en un siniestro planteo de guion (que no sé si atribuir a originalidad de los creativos o a falta de presupuesto), sólo Winnie y Piglet han quedado en pie, obligados a devorarse a sus amigos cuando Robin dejó de proveerles alimento.
Cuando Christopher Robin y Mary se encuentren, finalmente, con estos Pooh y Piglet sedientos de venganza, empezará una seguidilla soporífera de muertes violentas filmadas con una puesta en escena extremadamente rudimentaria, pre-cinematográfica. El planteo inicial establece que los dos asesinos -a pesar de verse muy evidentemente humanos portando máscaras de látex- son, efectivamente, Pooh y Piglet. Se abre una ventana de incredulidad en la cual cabe esperar alguna audacia narrativa, alguna reelaboración del relato infantil que permita atribuir la incoherencia a causas más oscuras, psicológicas o emocionales. Nada de eso: aquí rige una lógica ajena a la ficción y más cercana a la del video porno, en el cual una vaga excusa permite que Jessica Rabbit entre a tomar un vaso a agua a la casa del Hombre Araña un día de mucho calor y pase aquello que nunca podríamos ver en una película mainstream (especialmente en el Hollywood de hoy, cada vez más renuente a mostrar el sexo en pantalla). Esto es más o menos lo mismo, excepto que en vez de fantasear con Jessica Rabbit esta gente tenía ganas de filmar a un tipo vestido de Winnie Pooh matando gente, y de paso llenarse los bolsillos explotando una IP famosa.
Lamentablemente, a la película le gana por mucho su costado mercenario. Ni las muertes -en las cuales el gore puede enaltecer el trabajo de los artistas de VFX- resultan divertidas o audaces. No conforme con aburrirnos con un festival imperturbable de sangre hecha con After Effects y persecuciones con asesinos que corren muy lento, la película termina con una placa que, más que anuncio, es amenaza: “Winnie Pooh regresará”. Acaso lo más revelador de un panorama cinematográfico en el cual la IP convoca por sí misma independientemente de la calidad, sea que esta película se ha estrenado en gran salas comerciales, cuando los productores nacionales luchan con denuedo por encontrar un lugar en la cartelera. Esperemos que, en su nueva condición de domino público, el oso y sus amigos puedan recibir un trato más amable.