Terror bizarro y mal hecho.
El cine de explotación comercial es un subgénero basado en la producción de películas con temáticas escandalosas (violencia, crímenes y sexo, entre otros), con el fin de generar morbo y provocación en los espectadores, logrando a cambio un importante beneficio del tipo económico. El cine de terror (en su vertiente más explícita y brutal) sigue siendo uno de los géneros dónde más se apoya este concepto de explotación, en muchos casos con producciones que intentan llamar la atención mediante argumentos que bordean el absurdo e imágenes de alto impacto. Viendo el estreno en salas de cines de la película de terror Winnie the Pooh: Miel y Sangre (2023), dirigida por el realizador británico Rhys Frake-Waterfield, nos encontramos con un exponente más de este participar grupo, pero en su versión más bizarra y de peor ejecución. Tras el vencimiento de los derechos de la novela infantil de Alan Alexander Milne en 2022 y su posterior pase al dominio público, surge esta terrorífica y sangrienta adaptación, donde los principales personajes de la misma, el osito Winnie the Pooh, el cerdito Piglet, el burro Igor y otros simpáticos animalitos de peluche, habitantes del Bosque de los 100 acres, crecieron y se convirtieron en brutales psicópatas asesinos. Parece que la causa de tal comportamiento es la partida por estudios a la ciudad y el posterior abandono de su único amigo humano Christopher Robin, quien con su imaginación los antropomorfizó. El comienzo de la película explicará estos eventos por medio de diversos dibujos (quizás lo único acertado en la producción).
Luego la trama de la película sigue la llegada al Bosque de los 100 acres de un grupo de chicas, por supuesto jóvenes y activas en las redes sociales, que pretenden tener un descanso tranquilo y tendrán todo lo contrario. Tras la presentación de estos nuevos personajes sin mucho más que ofrecer que su belleza y desnudez (solo una de ellas parece más pensante y sufre a causa de un acosador sexual) poco a poco serán eliminadas por medio de escalofriantes muertes en manos de Winnie the Pooh y su banda. El ahora oso adulto ha crecido bastante y su aspecto físico no puede ser más grotesco, así como el de sus compañeros. Es evidente que sus cabezas son máscaras de látex chorreadas de miel y es imposible darle credibilidad a lo que iremos viendo, más allá de la impresión o su componente fantástico.
También Christopher Robin (Nikolai Leon), ahora un adulto, volverá al lugar junto a su novia, que descree de todo lo que su prometido le cuenta acerca de sus amigos de la niñez. El odio a los humanos que fueron generando con los años estos animales parece no tener límites y la pareja sufrirá las consecuencias. Tras pasar hambre por años llegaron hasta a comerse al burro Igor. Así las cosas, Winnie y los otros pasaron a ser totalmente salvajes, un estado ideal para convertirlos en asesinos seriales en una película de terror slasher y con la misma maldad y saña que colegas como Michael Myers (de la saga Halloween) o Jason Voorhes (de la saga Martes 13).
Lamentablemente Winnie the Pooh: Miel y Sangre es una película de terror fallida y bizarra. Su argumento no ofrece nada novedoso, ni siquiera un mínimo de coherencia. Todas las acciones parecen estar preparadas para la exposición de la muerte más sangrienta y mediocre. Aquí, los clichés más básicos del cine de terror son expuestos sistemáticamente. Nada sorprende, menos espanta, más bien da asco.
Esta vez Winnie y sus amigos, en su vertiente más brutal, no asusta ni tampoco divierte, aunque el filme dure escasos 84 minutos. El cine de explotación ha ofrecido exponentes mucho mejores en su largo recorrido, si no busquen a fines del siglo pasado (décadas del ‘70 y ‘80) o en películas de terror actuales como la muy entretenida Oso intoxicado (Cocaine Bear), otro estreno de esta semana a cargo de la actriz y directora Elizabeth Banks.