Poca acción y menos emoción
Esta es la segunda parte de la historia del delfín Winter, que por un accidente con una trampa para cangrejos se quedó sin cola. En esta entrega el animal es menos protagonista, ya que importa más la vida en el Hospital Marino de Clearwater, en especial de los chicos Sawyer y Hazel, ya adolescentes. De las diversas líneas narrativas dos son las dominantes: encontrar un nuevo delfín hembra para que sea la compañía de Winter y la decisión de Sawyer sobre el viaje de estudios que le ofrecen.
Ashley Judd y Morgan Freeman aparecen poco y sin demasiada relevancia, y el mejor personaje es -por lejos- el pelícano Rufus, un bicho fotogénico, con gracia, y al que el montaje le aporta velocidad narrativa. Lo que sucede con Rufus tiene algo de movimiento y la promesa intermitente de un poco de acción, componentes por otro lado prácticamente ausentes de esta película que antes que confiar en el poder de la aventura se dedica de forma burocrática -y con demasiado lustre en la fotografía y demasiado énfasis musical- a mostrar detalles de funcionamiento del lugar, del salvataje y la cura de delfines, e inspecciones y detalles de procedimientos que cualquier otra película más concentrada en la emoción asociada al movimiento y a lo asombroso de la naturaleza pasaría por alto (Liberen a Willy, por ejemplo).
Winter El delfín 2 nunca avanza, camina de costado, con cuidado para no salirse del manual industrial más básico, para brindarnos enseñanzas que parten de la discapacidad en un delfín y pueden aplicarse a la discapacidad en seres humanos. En ese sentido, las imágenes documentales del final son mucho más emocionantes, más cercanas, más vívidas, mucho menos plásticas que las que propone el director Charles Martin Smith, un actor de decenas de películas (American Graffiti, Los intocables) que se guarda aquí el papel de inspector, lo que hace justicia metafórica a su forma de dirigir como si llenara un formulario.