Como “Flipper”, pero algo más lacrimógena
Desde los tiempos de Flipper, las historias con delfines siempre pagan, sólo que en este film hay una vuelta de tuerca de impensable corrección política: el delfín es discapacitado. Así, un chico triste y solitario está camino al colegio en su bicicleta y descubre junto a un pescador un delfín varado en la playa, atrapado por unas redes. El nene le corta las redes y entabla una curiosa amistad con él, amistad que continúa cuando el delfín es alojado para su difícil cura en un hospital para animales marinos.
A cada rato la trama presenta una situación terriblemente lacrimógena que, por suerte, se soluciona bastante bien antes de la siguiente catástrofe emotiva. Hay un atleta, primo del pequeño protagonista, que va al ejército para tratar que le paguen su entrenamiento para las Olimpíadas, sólo para quedar lisiado tras una explosión. Accidente que crea un paralelismo con el delfín Winter, que debe ser amputado de su aleta trasera para seguir manteniéndolo con vida en el acuario.
Morgan Freeman, el médico especialista en lisiados y ortopedia del hospital de veteranos, es el encargado de mejorar la vida tanto del atleta como del delfín, creando una rara aleta ortopédica que, lógicamente, en principio el delfín se niega a aceptar. Pero entre risas y lágrimas, y algunas muy lindas imágenes logradas por el director Charles Martin Smith -actor de varios clásicos de los 70 y los 80 como «American Graffiti» y «Los intocables»- todo se soluciona. Obviamente esta «Winter-El delfín» es una película para chicos, pero basada en un historia real -antes de los créditos del final hay imágenes documentales que bien justifican quedarse sentado un poco más en la butaca- que realmente alecciona sobre la relación entre animales y seres humanos. Las buenas actuaciones también ayudan.