El Sr. Wolverine va a Japón
En Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013), Wolverine va a Japón y lucha contra yakuzas, ninjas, samuráis, ciborgs, mutantes y Ministros de Justicia. Si esa no es su idea de una buena película de acción, nada de lo que diga a continuación importará. Dicho esto, para tratarse de la secuela de la precuela de una trilogía que pronto será tetralogía, Wolverine: Inmortal no sufre el yugo de una cansada franquicia como suele ser la de los X-Men y está hecha con diversión y – perdonen la expresión – garra.
El mutante Wolverine (Hugh Jackman) es inmortal y ha perdido la voluntad de vivir luego de los sucesos de X-Men: La decisión final (X-Men: The Last Stand, 2006). Posee un deseo de muerte, aquí simbolizado por la joven, la heroica, la bella, la asesinada Jean Grey (Famke Janssen), que le espera en el más allá en un baby-doll blanco. Wolverine es entonces convocado por un viejo amigo llamado Hashida, que se encuentra en su lecho de muerte en Tokio. Tiene un trueque para proponerle: la inmortalidad de uno por la mortalidad del otro.
Cómo se hace esto exactamente jamás queda explicado, pero no importa, porque pronto Wolverine se ve enredado en un maquiavélico (aunque innecesario, si lo pensamos dos veces) plan que involucra a los susodichos yakuzas, ninjas, samuráis, ciborgs, mutantes y Ministros de Justicia, además de la hija de Hashida, Mariko (la sexy modelo Tao Okamoto, en su primer papel), de quien deberá enamorarse mientras la escolta y/o rescata.
Otros mutantes invitados son Yukio, que puede predecir la muerte; Harada, el famoso “Samurai de Plata” y Viper, cuya halitosis mata. Por primera vez el elenco no está desbordado de personajes inútiles y la trama se concentra exclusivamente sobre Wolverine. Enhorabuena. Hugh Jackman le interpreta por sexta vez y cuenta con el carisma y desapego Mel Gibson-iano necesario para cargar con una película de X-Men por sí solo.
Básicamente tenemos un escenario del clásico “ser o no ser” que se ha puesto tan popular últimamente entre el género de superhéroes, interrumpido por el hecho de que el superhéroe en cuestión es Wolverine y comparado a cofrades más morbosos como Superman o Batman, es un tipo relativamente sencillo cuyo dilema es presentado, desarrollado y resuelto en el primer acto. El resto de la cinta se la pasa apuñalando malos y, en menor medida, rozando culturalmente con un Japón exótico donde el feudalismo y la modernidad parecen convivir hasta el día de hoy.
¿Es Wolverine: Inmortal una buena película de acción? Sí, aunque con las imprevisiones ridículas y azarosas del guion, recuerda más a una buena película de aventura o a un juego de arcade, en la que el héroe ha de desplazarse constantemente de un escenario a otro con cualquier variedad de enemigos acechándole a cada paso. ¡Por fin! Una película de acción que no siente la necesidad de inyectar ejemplos de patriotismo y terrorismo en la trama para elevar la seriedad de su historia o entretener a su público. Y otra cosa: si es de Marvel, probablemente haya una escena extra luego de los créditos.