No es que me haga el erudito, pero voy a utilizar la metáfora del ronin (el samurái sin amo, por ende, sin destino ni rumbo) para hablar del personaje de Wolverine (interpretado siempre por Hugh Jackman) dentro del cine.
Wolverine es, sin lugar a dudas, un samurái sin amo.
En las dos primeras películas de los X-Men, las que dirigió Singer en el 2000 y 2003 respectivamente, el personaje de Hugh Jackman sin lugar a dudas era el más llamativo, el más trabajado, el que más tenia para contar y por ende el más necesario para narrar las dos mejores películas que se hicieron con estos personajes creados por Stan Lee y Jack Kirby para Marvel.
Luego vino la tercera (y para muchos fatídica) entrega dirigida por Brett Ratner en el año 2006, donde Logan/Wolverine se consolidaba como el eje de todo ese universo, ya que cambiaba el rumbo del mismo con una medida drástica: asesinaba a su amor imposible, Jean Grey (interpretada por Famke Janssen) quien se había convertido en la mutante más poderosa y peligrosa del mundo, para luego perderse así en un exilio en busca de su paz interior.
Aquella película, en donde lo último que veíamos de Wolverine es que este huía hacia Canadá, era el final de una saga que, de haber sido trabajada mucho mejor, podría seguir rindiendo frutos hasta el día de hoy.
Sin embargo el destino fue otro, y lo que decidió la Fox para seguir explotando los beneficios de estos personajes en el cine fue hacer dos precuelas: en la primera de ellas contaron el origen de Wolverine (X-Men Origenes: Wolverine, Gavin Hood, 2009) y en la segunda narraron el origen del resto de los mutantes (X-Men Primera Generación, Matthew Vaughn, 2011).
Si bien la película de Gavin Hood no me parece un completo desastre como muchos la tildan (pese a ofrecer cambios argumentales bastante difíciles de entender) y la de Matthew Vaughnn no me parece la obra maestra que muchos defienden con uñas y dientes, ambas me resultaron un entretenido y claro intento por parte del estudio para tratar de llamar nuevamente la atención del público hacia estos personajes que se habían visto completamente desdibujados con la película del 2006.
¿Lo lograron? Económicamente sí. ¿Argumentalmente? Con la ayuda de remontarse al pasado, y borrar con el codo lo que escribieron con la mano, también. Pero así y todo faltaba algo. Y era ni más ni menos esta película. La que se dedica básicamente a contar lo que todos queríamos saber: ¿Qué pasó con el mutante más importante de todos luego de haberse exiliado para tratar de olvidar su dolor?
Ahí es donde radica el mayor acierto del director James Mangold y los guionistas (Marck Bomback y Scott Frank) de “Wolverine Inmortal”: Se preocuparon por contarnos que fue de este personaje luego haber asesinado a su gran amor y haber abandonado al resto de los suyos.
Esta película es una secuela directa de “X-Men: La Batalla final” de Brett Ratner (2006). No quedan dudas.
Wolverine esta devastado, su vida parece no tener sentido y es una especie de homeless, que por esas cosas del destino, deberá volver a un lugar del pasado (relacionado íntegramente con el film de Gavin Hood) y verse cara a cara con alguien que necesita de su ayuda y de sus dones para cumplir varios objetivos. Algunos, por supuesto, no tan buenos.
Pero como dije al principio, Wolverine es un ronin, incluso dentro de este film, ya que es un guerrero sin amo, sin objetivos ni esperanza de encontrar una nueva razón para vivir, con la decisión voluntaria de dejar su pasado atrás y tratar de pasar el resto de sus días sin usar sus poderes ni dar a conocer su maldición, para pasar desapercibido.
Tarea difícil de cumplir, sobre todo cuando se pongan delante de él ninjas, yakuzas y un par de villanos más que pondrán en su camino las piedras que debe sortear todo guerrero para ponerse de pie nuevamente y encontrar sus nuevos objetivos, su nuevo rumbo, dentro de su destino.
Hasta el mismísimo concepto de la muerte (recordemos que Wolverine es inmortal) será uno de los enemigos que tendrá que sortear nuestro mutante para erigirse como el héroe que realmente es.
Todos estos elementos conforman un combo de acción y drama en medidas justas que sirve para que pasemos un agradable momento en el cine y logremos de una vez por todas cerrar de forma coherente parte de la historia de uno de los personajes más entretenidos y oscuros que tiene el cine gracias al mundo de los cómics.
Solo Wolverine puede ofrecerte una pelea arriba (literalmente) de un tren bala frente a un grupo de mafiosos y a los dos segundos hacerte un nudo en la garganta a través de un ejemplo de que todos, en algún momento de la vida, necesitamos de la ayuda de alguien más, aunque seamos inmortales, para solucionar algo.
La escena de Nagasaki y la llegada de nuestro guerrero al templo donde se desenvuelve el final del film son dos ejemplos más de lo grandioso, complejo y gris que es este personaje que, a simple vista, parece ser una bestia peluda.
Como dije al principio, Wolverine es dentro y fuera de esta película un ronin. James Mangold no logró la mejor película con esta figura, pero sin embargo hizo un trabajo más que digno. Hizo lo suficiente para devolverle ese tono oscuro, serio, dramático y solitario al personaje, algo que seguramente se disfrutara mejor cuando tengamos el corte del director en nuestras manos (lo aclaró el mismo realizador hace unos días) y obviamente cuando Wolverine se una, nuevamente, con su grupo de mutantes.
Eso es lo que promete el final de este film (atentos con la pobre, pero interesante al fin, escena post-créditos): un regreso en toda regla del universo X-Men por parte de quien supo darle vida dentro del cine.
Ese es Brian Synger. Ese es el amo de nuestro querido Wolverine.