Aprobado con lo justo
Wolverine: inmortal es un poco como esos alumnos no muy brillantes, que no estudian mucho no porque no quieren, sino porque ni siquiera pueden, y que en las instancias de exámenes sudan la gota gorda, porque son demasiado conscientes de que el asunto les va a costar una enormidad. Con suerte, aprueban con lo justo, ya sabiendo que el siguiente test les va a costar igual o más. Como ellos (como yo, con algunas materias de la facultad), la película avanza y llega a su objetivo de pura terca, a pura fuerza de garra y voluntad, porque más para ofrecer no tiene.
Lo raro es que Wolverine: inmortal es un film con recursos, y no sólo monetarios: tiene a un personaje fuerte, con una sólida mitología detrás; lo precede una trilogía como la de X-Men que tiene algunos aspectos más que destacables; y a un actor estupendo como Hugh Jackman, que supo adecuarse a la perfección al rol. Pero creo que muy pocos (incluso entre los fanáticos de los cómics) tenían expectativas altas con el proyecto. Y menos aún si recordamos (¿alguien la recuerda?) a X-Men orígenes: Wolverine, precuela intrascendente que venía a contarnos lo que ya sabíamos de antes, y que encima para hacerlo no se le ocurría ni una idea piola. Para colmo, el proceso de producción no contó con pocos problemas, ya que casi a último momento se bajó el director Darren Aronofsky, que fue reemplazado por James Mangold. Entonces la película se convierte en uno de esos alumnos de los cuales se espera poco y nada, y al cual se le reconocen quizás un poco más de la cuenta los pocos méritos que pueda alcanzar. Terminamos siendo, como espectadores o críticos, seres casi piadosos, cuando con otras películas somos individuos despiadados.
Arranquemos un poco entonces con la piedad. Hay que reconocerle al film que acierta en situar la historia después de los acontecimientos de X-Men: la batalla final, ya que eso le da un nuevo aire e impulso para seguir explorando lo que verdaderamente interesa en Wolverine: no tanto cómo lo marcaron determinados acontecimientos en su larga existencia, sino cómo lidia con esas heridas y trata de curarlas. De ahí que tengamos al protagonista incapaz de olvidarse de la muerte de Jean Grey, vagando de forma errante por Estados Unidos (tal como al principio de X-Men), hasta que es invitado a viajar a Japón para despedirse de un anciano agonizante a quien supo salvarle la vida cuando estalló la bomba atómica en Nagasaki (referencia política sutil, que hasta podría pensarse como involuntaria), y quien le ofrece como regalo la posibilidad de hacerlo mortal, transfiriéndole sus poderes. Sin embargo, se verá metido en todo un entramado atravesado por los yakuzas, la corrupción política, ambiciones familiares y corporativas, ninjas, una mutante más mala que la peste bubónica llamada Viper y, obviamente, una mujer, hermosa ella, que constituye la chance de dejar un poco atrás los golpes del pasado.
El relato amenaza durante unos cuantos momentos con enredarse demasiado y sin razón, como esos alumnos (seguimos con la metáfora estudiantil) que por intentar chamuyar y agregarle líneas a sus exámenes terminan yéndose por las ramas, pero por suerte Mangold (que tiene un par de antecedentes muy auspiciosos, como Encuentro explosivo y la remake El tren de las 3.10 a Yuma) es de esos artesanos que no destacan, aunque saben cómo contar lo que tienen entre manos sin desbocarse. En consecuencia, la noción de viaje -el film es casi como una road movie- adquiere sentido, porque se va hilvanando un camino donde el pasado traumático se actualiza en el presente, pero para terminar con el trauma. El realizador no abusa de las secuencias de acción -a pesar de filmarlas con bastante efectividad- e incluso apuesta por el drama hecho y derecho, construyendo la historia de amor con lo mínimo indispensable, aunque sin dejar de conseguir empatía con lo que se está viendo. Y cuando la película parece que va a desbandarse en base al ruido y los efectos especiales, recompone el factor humano a tiempo, cerrando el pequeño cuento que tiene para narrar.
Aún así, Wolverine: inmortal no deja de compartir el mismo dilema que otros films de superhéroes como Linterna verde, Hulk: el hombre increíble, Capitán América: el primer vengador, Thor, X-Men: Primera Generación, El sorprendente Hombre Araña o incluso El hombre de acero, vinculado a su verdadera necesidad dentro del espectro cinematográfico. No estoy diciendo que sean malas películas (bueno, Linterna verde lo es): poseen puntas de análisis interesantes, desarrollan sus historias con efectividad y tienen atrás a directores capaces que llevan a buen puerto los proyectos. Sin embargo, no terminan de respirar con vida propia, necesitan demasiado de un público cautivo, que las convierten en acontecimientos casi extracinematográficos, aún antes de ser estrenadas. Incluso son subsidiarias de otras películas, como Los vengadores (o la siguiente entrega de Superman, donde compartirá pantalla con Batman). Llegan con toda su parafernalia marketinera atrás, ofrecen un gran despliegue, divierten durante unos cuantos momentos sin ofrecer nada demasiado nuevo, terminan y poco tiempo después uno las olvida, porque lo cierto es que no hay mucho para recordar. No se queda con villanos memorables, como en Batman: el caballero de la noche, o con relatos que sacuden su percepción (como en Iron Man 3). Ni siquiera con diálogos hilarantes o confrontaciones demoledoras, como en Los vengadores.
A Wolverine: inmortal se le nota demasiado que es la excusa para el posterior salto a esa reunión que acabará con todas las reuniones que será X-Men: days of future past, con todos los mutantes juntos, enfrentados a un desafío mayúsculo representado cuasi simbólicamente por los Centinelas. La unión entre Fox y Marvel, con este film, aprueba raspando, porque el examen que verdaderamente les interesa es otro, y es recién el año que viene.