Celebración de un artista mitológico
Cálido y minucioso recorrido por la vida y obra de un realizador que marcó la cinematografía del siglo XX.
Woody Allen tiene fama de arisco, de renuente a la prensa y a las entrevistas, y más aun a los documentales sobre sí mismo. Pero después de mucho insistir, Robert Weide -director de películas sobre los comediantes Lenny Bruce y Mort Sahl, y de muchos capítulos de la serie Curb Your Enthusiasm- logró quebrar esa resistencia y pudo retratarlo con su colaboración. El resultado es Woody Allen, el documental -la traducción exacta del título sería menos soberbia: en vez de “el” es “un documental”-, un cálido recorrido por la vida del autor de Manhattan y Annie Hall.
La película -un recorte de casi dos horas de duración: hay una edición en dvd, que circuló por Internet, que dura más de tres- resulta un agradable paseo cronológico por la carrera de Allen, desde sus comienzos como redactor de chistes para diarios y revistas, cuando todavía era Alan Stewart Konigsberg, un adolescente que iba al secundario. Se trata de un clásico documental biográfico, estructurado en base a tres pilares -imágenes de archivo, testimonios de gente que trabajó con él y entrevistas con el propio cineasta- que, aun sin grandes sorpresas ni riesgos, logra mantener el interés por la calidad del material.
Así, la voz de Woody nos cuenta cómo eligió su nombre artístico y sus característicos anteojos, y vamos con él a la puerta de su casa de la infancia, a su escuela y al cine de Brooklyn en el que pasó tantas tardes. También accedemos a la cocina de sus creaciones: el cajoncito de una mesa de luz donde guarda los papeles y papeluchos en los que anota sus ideas; la vieja máquina de escribir en la que él mismo transcribe sus anotaciones (y la tijera y la abrochadora con las que literalmente corta y pega cuando se equivoca); la sala en la que edita sus películas.
La exhaustiva investigación de archivo nos permite verlo como comediante de stand-up y ocurrente invitado de diversos programas de televisión, tentado de la risa durante un rodaje junto a Diane Keaton, y hasta en el insólito rol de entrevistador de su madre, que se arrepiente de haber sido tan severa con él. Otro mimo para los espectadores son las escenas de sus películas -desde las primeras a las más recientes- intercaladas a lo largo del documental. Sin voz en off, todo está articulado mediante los testimonios de actores, colegas, críticos y colaboradores, que en general no aportan mucho más que la ilación de la historia.
“El no quería que fuera un homenaje que lo pintara como un genio, porque es muy autocrítico y no se ve así”, declaró Weide. No fue obediente: si bien no es un panegírico, la película resulta una celebración de Woody Allen. Y no hay objeción posible: ese querible tío neurótico se la merece.