X-Men: La última última batalla
La popularidad de los X-Men yace en que los mutantes y su lucha por la aceptación e igualdad de trato pueden reflejar, en mayor o menor profundidad, la lucha de cualquier minoridad social. La primera película establece una dialéctica entre la desobediencia pacifista del Profesor X y la violenta supremacía de Magneto, y a partir de ahí cada película trata un tema distinto. En la segunda película un mutante revela sus poderes a sus padres como quien sale del closet, y en la tercera se inventa una cura para algo que no debería ser tratado como una enfermedad. Ya en la nueva sarta de películas ambientadas en los 60s y 70s, los X-Men se convierten en un exponente contracultural a la par de otras minoridades protestantes.
El “gen mutante” es un símbolo todo terreno que a veces representa la raza, a veces la sexualidad, a veces el semitismo, etc. Pero luego de 16 años y 7 películas la alegoría parece haber llegado a su fin. X-Men: Apocalipsis (X-Men: Apocalypse, 2016) no “trata” sobre ningún tema en particular. Simplemente enfrenta a buenos y malos en una larga batalla por el destino del mundo, y sin ningún subtexto por debajo. En una escala de 8 películas, X-Men: Apocalipsis se encuentra más o menos en el medio – es de las más entretenidas, y también de las más banales.
El conflicto empieza con el despertar de Apocalipsis (Oscar Isaac), el mutante más viejo y poderoso del mundo, enterrado hace miles de años en las profundidades de una pirámide egipcia. Regresa, decide caprichosamente que quiere purgar al mundo de todo ser vivo y recluta a cuatro mutantes para que sean sus “Cuatro Jinetes” [del Apocalipsis].
Uno de esos Jinetes es Magneto (Michael Fassbender), cuyo odio hacia la humanidad reinicia cuando sufre una nueva tragedia personal. Esta segunda tragedia es un golpe bajo y rebuscadísimo que esencialmente revierte al personaje a como estaba en la primera película; habiendo superado ya su sed de venganza, los escritores hacen que el antihéroe la recupere de la forma más prosaica y vulgar posible. Esto a su vez lo vuelve a poner en jaque con su viejo aliado Xavier (James McAvoy), que lidera junto a Mystique (Jennifer Lawrence) la resistencia contra Apocalipsis.
Tiene sentido que los escritores quieran reflotar una y otra vez el triángulo de fraternidad/romance/amistad entre Xavier, Magneto y Mystique, porque es una buena dinámica y Alex McAvoy, Michael Fassbender y Jennifer Lawrence son consistentemente la mejor parte de las películas. La cuestión es que por segunda vez consecutiva el guión no les da mucho para decir o hacer. Gran parte de la trama queda abocada a la presentación de nuevos mutantes (o versiones jóvenes de viejos mutantes) y la forma en que son reclutados para uno u otro bando. Algunos de estos mutantes parecen haber sido incluidos como figuritas nuevas más que como personajes con motivación, carisma o personalidad – tal es el caso de Angel, Storm y Psylocke.
Como en Avengers: Era de Ultrón (Era de Ultrón, 2015), las ciudades vuelan y los monumentos colapsan, pero no hay una gota de suspenso o tensión. Los personajes posan, hacen chistes y se muelen a piñas sin dejarse un rasguño. Comparando con otras dos películas recientes de superhéroes, Batman vs Superman: El origen de la justicia y Capitán América: Civil War, X-Men: Apocalipsis es un espectáculo de destrucción masiva carente de interés o conflicto humano. Aunque sea Batman vs Superman: El origen de la justicia posee cierta patología, y el grueso de los Avengers tiene personalidades distintivas.
El director es Bryan Singer, autor de las primeras dos películas de X-Men y la anterior X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014). En un momento de levedad se permite hacer el chiste de que “las terceras partes siempre son las peores”. Probablemente se refería a cuando Brett Ratner lo relevó como director en la tercera película y produjo la vilipendiada X-Men: la batalla final (X-Men: The Last Stand, 2006), pero podría estar hablando perfectamente de su propia película, que viene a cerrar otra trilogía y es similarmente larga, desenfocada y con falta de inspiración.