Acción y efectos mitigan la sensación de déjà vu
La historia siempre le ha dado buenos ángulos a los X-Men, especialmente esa vez que los llevó a la Guerra Fría, pero en su cuarta entrada en la saga, el director Bryan Singer se va demasiado lejos, al antiguo Egipto, en un pretencioso prólogo que muestra al enemigo que hay que combatir en esta nueva secuela, una especie de mutante primigenio o padre de todos los mutantes que viene a reclamar su reino, es decir, la Tierra.
Éste es más o menos el argumento de una megaproducción que tiene mucho de los demás films de la franquicia. Tal vez demasiado, y aunque la sensación de déjà vu es casi permanente. Por otro lado da la sensación de que basándose en la noción de cuanto más, mejor, aquí hay una avalancha de mutantes secundarios que por momentos marea el espectador, salvo que sea un nerd de Marvel de la primera hora. Y aun así, ese hipotético espectador querría ver más a otros mutantes más queribles que aquí aparecen bastante poco.
Con todo, a favor del estilo de Singer se puede decir que los momentos apocalípticos hacen honor al título: realmente aquí hay grandes momentos de superacción un poco barrocos y llenos de efectos especiales de primer orden, algunos de los cuales dan lugar a imágenes realmente alucinantes dignas de una de las sagas de superhéroes más exitosas.
Con respecto al elenco, sin duda a esta altura tanto James McAvoy como Michael Fassbender saben perfectamente cómo meterse en la piel de sus rspectivos líderes mutantes Xavier y Magneto, mientras Jennifer Lawrence es una apropiada Mystique, con un Oscar Isaac demasiado furibundo como el temible Apocalypse.
La película no está entre lo mejor de la saga, ni tampoco entre lo mejor del cine de superhéroes de este año, pero acción y efectos especiales no le faltan.