Apocalipsis ahora
La octava película de los X-Men (y cuarta dirigida por Bryan Singer) es una de las más ruidosas de toda la saga, más allá de algunos buenos momentos y de un ritmo sostenido y atrapante.
Los estrenos separados por tres semanas de Capitán América: Civil War y X-Men: Apocalipsis evidencian una suerte de propiedad transitiva producida entre ambas sagas. Así, si la última entrega de Marvel es la más deliberada y directamente política de todas, con sus referencias a los daños colaterales y la idea de un estado –o, mejor dicho, un supraestado como las Nacionales Unidas– con el monopolio y control de la fuerza, la de los mutantes realiza un camino inverso licuando toda su potencia discursiva hasta convertirse en la más vacía y ruidosa (aquí se destruyen todas las ciudades que no se destruyeron en la de Marvel) de sus ocho películas.
Cuarta incursión en el universo X-Men de Bryan Singer después de las dos primeras a comienzos de la década pasada y Días del futuro pasado, el film se sitúa en 1983, diez años después de la irrupción pública de los mutantes con la que culminaba el largometraje anterior. Ahora los integrantes del grupo se encuentran dispersos por el mundo -oportunidad ideal para que Apocalipsis recorra varios continentes- y en actividades disímiles: el siempre bravo Magneto, por ejemplo, formó una familia en Alemania y trabaja en una metalúrgica bajo un seudónimo.
Los problemas comienzan cuando aparece En Sabah Nur, para muchos una leyenda y primer mutante de la historia, que desde hace milenios viene pasando de un cuerpo a otro con el fin de gobernar el mundo. Mientras tanto, a la escuela del Profesor Xavier llegan algunos personajes nuevos con pequeñas historias secundarias con poco peso en la totalidad del relato. La anécdota del film quedará reducida, entonces, a un típico enfrentamiento entre buenos y malos –y algunos conversos– que, claro está, alcanzará su punto máximo en el último cuarto de un metraje que roza las dos horas y media.
Es cierto que, a diferencia de la intragable Batman vs Superman, esta suerte de secuela de la precuela genera interés, tiene ritmo y es, con perdón del facilismo, “entretenida”, pero también hay una gravedad, una pompa y una carencia de autoconciencia hasta ahora ausentes en esta nueva etapa de los mutantes. Como si ese referente ineludible que es El origen hubiera tomado control de toda película, los mutantes aquí pelean dentro de las mentes, sufren, hablan y explicitan sus acciones, marcando una peligrosa homogeinización en los universos de los superhéroes. ¿Podrá Escuadrón suicida cortar la racha?