Escuela de mutantes
En X-Men: Apocalipsis hay son dos maneras de entender el mundo: la del profesor Xavier y su escuela, y la del temible Apocalipsis.
¿Podemos evolucionar para cambiar nuestro destino? ¿Está el futuro realmente determinado? Estas eran las preguntas principales de X-Men: Días del futuro pasado. En X-Men: Apocalipsis, dirigida nuevamente por Bryan Singer, no hay preguntas. Lo que sí hay son dos maneras de entender el mundo que se pretenden contrarias pero que en realidad pertenecen al mismo paradigma de raíces darwinistas: la representada por el profesor Charles Xavier (James McAvoy), quien cree que los más fuertes tienen que ayudar a los más débiles; y la de En Sabah Nur/Apocalipsis (Oscar Isaac), quien cree que sólo tienen que vivir los más fuertes.
En 1973 el mundo se enteró de la existencia de los mutantes, cuando Raven (Jennifer Lawrence) descubre el programa Centinela. Fue el día en que Raven mató por primera vez y se convirtió en Mystique. Entonces, los mutantes aún no estaban aceptados por los humanos.
10 años después, en 1983, la escuela del profesor Xavier ya está instalada y en auge. Humanos y mutantes conviven pacíficamente. Erik Lehnsherr/Magneto (Michael Fassbender) vive alejado con su esposa y su hija. En Berlín reaparece Mystique, quien busca a un mutante que comparte poder, Kurt Wagner/Nightcrawler (Kodi Smit-McPhee). Por otro lado, se presenta a Cíclope (Tye Sheridan), cómo pierde la vista y cómo su hermano lo lleva a la escuela de mutantes, donde conoce a la joven telépata Jean Grey (Sophie Turner).
En Egipto, cobra vida el primer mutante, dios de la destrucción y el caos, que despierta para instaurar un nuevo mundo. El poderosísimo Apocalipsis empieza a reclutar a sus hijos, como él los llama. Se presenta a Tormenta (Alexandra Shipp), a Psylocke (Olivia Munn) y a Ángel (Ben Hardy).
Aquí está el primer acierto de la película. Apocalipsis mete miedo en serio, hace tambalear a los X-Men, los pone en jaque a cada instante. Y por supuesto, mata gente y destruye ciudades. Es un malo amenazante, a la altura de la historia. Los X-Men tendrán que luchar contra esta fuerza imparable, contra este dios impiadoso que quiere instaurar un nuevo orden mundial. El enemigo es un rebelde peligroso, un darwinista básico, un nietzscheano inconsciente que quiere un mundo de fuertes.
El problema del filme es que la filosofía que profesan y promueven los buenos es tan peligrosa como la del mutante malo. Otro punto en contra es que el director nunca termina de trasmitir la atmósfera de la época (jugar al Pac-Man no es un elemento suficiente para representar la década de 1980).
Lo fuerte de la película es que Bryan Singer demuestra capacidad para hacer que todos los personajes funcionen en conjunto. Se detiene en cada uno de ellos y los hace interactuar para que todo sea armónico y compacto. Quicksilver (Evan Peters) vuelve, como en Días del futuro pasado, a ser el protagonista de la mejor escena del filme. Y la puesta en escena es acertada, ya que hay una comprensión de cómo se tienen que filmar las escenas de acción con efectos especiales en una historia de estas características.