La saga que no pudo resurgir de sus cenizas.
X-Men Dark Phoenix (Dark Phoenix, 2019) viene a cerrar la segunda saga cinematográfica de los mutantes más populares de la casa Mavel. Es la cuarta entrega dentro de un arco narrativo que empezó de forma auspiciosa con X-Men: Primera generación (X-Men: First Class, 2011), tuvo su pico de frescura en X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2018), nos desorientó con X-Men: Apocalípsis (X-Men: Apocalypse, 2916) y llega a la conclusión con poca nafta.
El conflicto gira en torno a Jean Grey, quien es enviada al espacio junto a sus compañeros mutantes y accidentalmente absorbe una suerte de energía maligna que desentierra su costado oscuro, convirtiéndola en la tan temida Dark Phoenix. En base a este planteo, el film se construye como pequeñas piezas de acción en las que los X-Men intentarán detener a Dark Phoenix, mientras se debaten entre ayudar a su colega o aniquilarla para evitar que arrase con el universo entero.
Esta nueva aventura vuelve sobre un tópico ya explorado previamente en el corpus de esta saga, aquel que cuestiona si es posible cambiar la naturaleza innata de un individuo, o si cada uno está pre-configurado para convertirse inevitablemente en aquello que debe ser, sin importar lo que busquen imponer tanto el adoctrinamiento como el compás moral. Además, se trata del debut como director de Simong Kinberg, guionista de las dos películas previas, y también guionista del olvidable y traumático reboot de Los 4 fantásticos del año 2015.
La película vuelve a caer en la trampa de sus antecesoras, al intentar darle un protagonismo y peso dramático excesivo a Raven, el personaje interpretado por la ganadora del Oscar Jennifer Lawrence. Una decisión que no se sustenta ni en el material original ni en lo que esta adaptación cinematográfica necesita para desarrollar el argumento. Sigue oliendo más a una estrategia de marketing encaprichada con aprovechar al máximo el star system de Lawrence antes que una decisión justificada desde el arco narrativo. Agregando además que hasta la propia Lawrence parece cansada de ponerse en la piel de este personaje.
Algo similar ocurre con los otros dos personajes centrales de esta saga: Magneto y el profesor Charles Xavier. Tanto Michael Fassbener como James McAvoy, respectivos interpretes, entregan actuaciones desganadas, deslucidas, una sombra de lo que pudimos ver en X-Men: Primera clase (X-Men: First Class, 2011) y X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014). Ni siquiera Jessica Chastain, fresquita dentro del mundo superheroico, puede hacer mucho para elevar el material con el cual le tocó trabajar.
El mayor problema de tirar tanto de la cuerda en una saga que se fue alimentando de diferentes arcos narrativos provenientes de los cómics, es la forma en que ciertos personajes clave van mutando su accionar según lo que la historia requiera. Esto se vuelve demasiado evidente en Dark Phoenix, donde la naturaleza de cierto personaje da un giro tal que anula todo lo que dicho personaje había desarrollado en las tres películas anteriores, en pos de acomodar el guión acorde a los giros impuestos por la trama.
Lo curioso de todo esto, es que la saga actual de X-Men había llegado originalmente para “corregir” ciertas desprolijidades de la saga previa, en particular todo lo ocurrido en X-Men: La batalla final (X-Men: The Last Stand, 2006) donde ya había elementos del arco narrativo de Dark Phoenix. Si bien X-Men: Dark Phoenix no tropieza precisamente con la misma piedra, genera sus propios errores no forzados, remata todo con un tercer acto que nos entrega una batalla final sin climax, y cierra la saga en un nivel frustrantemente bajo.