La saga mutante llega a su fin con la adaptación de uno de sus mejores arcos comiqueros. Lástima que esa calidad narrativa no se traduzca a la pantalla.
Más allá de la incomodísima herencia que nos dejó Bryan Singer, no podemos esquivar el hecho de que la franquicia mutante abrió el juego superheroico en la pantalla grande durante este nuevo milenio. Posiblemente, hoy no tendríamos MCU, DCEU o trilogía de Nolan, si 20th Century Fox no se la hubiese jugado con “X-Men” en el año 2000… y triunfado en el proceso. Dicho esto, y dándole todo el crédito a gente como Richard Donner y Lauren Shuler Donner, la saga comiquera pasó por sus altos y bajos, pero parecía haber encontrado el equilibrio con sus nuevas y jóvenes encarnaciones en “X-Men: Primera Generación” (X: First Class, 2011) de la mano de Matthew Vaughn, o con el regreso de Singer detrás de las cámaras con “X-Men: Días del Futuro Pasado” (X-Men: Days of Future Past, 2014).
La alegría no duró mucho, y tras las compra del estudio por parte de Disney (que de esta manera adquiere casi todos los derechos de los personajes de Marvel), la historia debía llegar a su fin antes de que los mutantes se sumen al bando de Kevin Feige. Para cerrar a lo grande, Simon Kinberg -productor de este universo cinematográfico- debuta como director, tomando como punto de partida “La Saga de Fénix Oscura” (The Dark Phoenix Saga), celebradísima creación de Chris Claremont y John Byrne, que ya había tenido su fallida adaptación en “X-Men: La Batalla Final” (X-Men: The Last Stand, 2016). “X-Men: Apocalipsis” (X-Men: Apocalypse, 2016) había dejado la puerta bien abierta para la odisea de Jean Grey (Sophie Turner), pero…
No queremos aguarles la fiesta, pero “X-Men: Dark Phoenix” (Dark Phoenix, 2019) sufre del mismo malestar que películas como “Los 4 Fantásticos” (Fantastic Four, 2015) o “Liga de la Justicia” (Justice League, 2017), historias demasiado toqueteadas en el proceso, cuyos desacuerdos entre las partes se notan en la pantalla. Kinberg, director y guionista, es el principal responsable de este naufragio que no cumple ni las mínimas expectativas de una aventura superheroica: un relato que vuelve a repetir los errores (y los acontecimientos) de la versión anterior, y ni siquiera puede ofrecer algún tipo de espectáculo visual para compensarlo.
Todo arranca en 1975, con una pequeñita Jean incapaz de controlar sus poderes telequinéticos. Estos dones terminan causando el accidente automovilístico que mata a sus padres, por lo cual el profesor Charles Xavier (James McAvoy), decide acogerla en su escuela para “chicos especiales” y darle la guía necesaria para manejar sus habilidades y dejar los traumas detrás. El presente de 1992, encuentra a los X-Men muy amigados con el gobierno, dispuestos a responder a un llamado de auxilio desde el transbordador espacial Endeavour, dañado por culpa de una erupción solar. Así, los superhéroes se aventurar hacia la atmósfera, sin saber que la anomalía es mucho más peligrosa.
Mientras el equipo -Raven (Jennifer Lawrence), Hank (Nicholas Hoult), Scott (Tye Sheridan), Ororo (Alexandra Shipp), Peter (Evan Peters) y Kurt (Kodi Smit-McPhee)- ponen a salvo a los astronautas, Grey decide hacerle frente a esta amenaza, poniendo su propia vida en riesgo. Sus extraordinarios poderes le permiten absorber toda esa energía, aparentemente, sin ningún tipo de daño físico.
Los cambios empiezan a aparecer casi inmediatamente y las habilidades psíquicas de Jean se amplifican, rompiendo esas barreras mentales que Charles colocó en su cabecita, creyendo que le estaba haciendo un favor. La verdad sobre su pasado sale a la luz, provocando la ira de la chica que huye de la mansión en busca de algunas respuestas. Esta odisea no termina nada bien y, de repente, tanto sus compañeros mutantes como las autoridades se ponen en campaña para frenar su accionar destructivo.
"Así que Bran es elk nuevo rey de Westeros"
Nos vamos a ser malos y achacarle toda la culpa a Jean Grey, pero tampoco a revelar el misterio que esconde el personaje de Jessica Chastain, más allá de que anda en busca de los poderes aumentados de nuestra joven heroína. Así, “X-Men: Dark Phoenix” se convierte en una cacería constante, una persecución desde varios frentes, sin muchos matices ni motivaciones, que no parece acabar nunca. Claro que acaba y con el tercer acto llega “el enfrentamiento final”, un despliegue de efectos especiales clase Z que intenta resolver este monstruo de Frankenstein sin demasiadas explicaciones.
La película de Kinberg es sólo una sucesión de acciones carentes de causas y consecuencias de peso. En ese desenlace es donde más se notan los recortes de la trama, imposibilitada para dejar a nadie satisfecho. Ni las actuaciones de Turner y McAvoy -los personajes con más tiempo (y diálogos) en la pantalla- pueden revertir la catástrofe que inicia casi desde el comienzo, porque el guión nunca entiende cuáles son las verdaderas motivaciones de sus protagonistas.
Situaciones incoherentes y melodramáticas, personajes que contradicen su propia filosofía, actuaciones desaprovechadas -se nota que Lawrence y Michael Fassbender ya no quieren estar ahí-, momentos “feministas” forzados salidos de la cabeza de un señor que no entiende absolutamente nada, y un despliegue visual más digno de Syfy Channel que del final de una saga que ya lleva 12 películas (siete del equipo mutante) son algunos de los clavos de este ataúd. Ni la banda sonora de Hans Zimmer logra brillar en medio de este relato simplista y apresurado que no guarda ni un poquito de ese espíritu oscuro, intransigente y de planteos sociales que caracterizan a la franquicia.
Jessica Chastain en modo misterioso
¿Dónde queda el “mutantes y orgullosos” si Mystique prefiere pasearse en su ‘piel humana’ en vez de exhibir su belleza natural (no obstante, la preferimos así, en vez del peor maquillaje de la historia)? ¿Dónde metemos los conflictos entre Charles y Erik a la hora de defender a los suyos? Obviamente, en recuerdos de tiempos más felices donde los mutantes representaban problemáticas más profundas como la discriminación y la falta de pertenencia. Quedémonos con esas viejas memorias (aunque signifique aceptar la visión del nefasto de Singer) y crucemos los dedos para que los hombres y mujeres X renazcan de sus propias cenizas (sí, como el Fénix) en un futuro cercano o lejano.