X-Men: Días del futuro pasado

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Pluscuamperfecto

X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014) se juega a unificar y continuar las dos ramas narrativas de la saga X-Men en lo que resulta ser un gran final. Por un lado sigue las andanzas de Wolverine (Hugh Jackman) y el elenco original de X-Men (2000) y sus secuelas. Por otro lado retoma las versiones jóvenes de X-Men: Primera Generación (X-Men: First Class, 2011), interpretados por James McAvoy, Michael Fassbender y Jennifer Lawrence.

La premisa: estamos en el año 2053. Todos los mutantes han sido cazados por robots asesinos. ¿Todos? ¡No! Una banda de irreductibles mutantes resiste todavía y siempre al invasor. La resistencia sobrevive gracias a los poderes de Shadowcat (Ellen Page), que le permiten crear un bucle ontológico a lo Hechizo del tiempo(Groundhog Day, 1993) cada vez que los derrotan. Shadowcat era la chica que podía atravesar paredes en las otras películas, no se explica por qué ahora es ama y señora del tiempo. Los X-Men restantes deciden enviar a Wolverine al pasado para detener el asesinato político que desencadenaría 50 años luego el holocausto mutante.

Así que Wolverine despierta en 1973 (lo primero que ve es una lámpara de lava, obviamente). Su objetivo es reconciliar a los jóvenes Profesor X (James McAvoy) y Magneto (Michael Fassbender) para que detengan a Mystique (Jennifer Lawrence) de asesinar a Bolivar Trask (Peter Dinklage), el creador de los robots asesinos cuya muerte propulsaría su producción en masa en vez de cancelarla. Necesita la telepatía de Xavier para localizar a Mystique, y la presencia combinada de su archienemigo Magneto para disuadir a la asesina.

El problema es que Xavier se ha vuelto adicto a una droga que le permite caminar pero a cambio suprime sus poderes, con lo que localizar a Mystique resulta imposible, mientras que Magneto se haya prisionero en el Pentágono. Detrás de estos tecnicismos acecha un triángulo de emociones conflictivas: Xavier se ha convertido en un ermitaño rencoroso hacia el amigo y la hermana que le abandonaron, Magneto ha traicionado a su amante en pos de su eterna guerra contra la humanidad y Mystique vive oprimida entre la fiebre controladora de uno y la inhumana manipulación del otro. Todo esto bordea lo melodramático pero los actores le dan cierta solemnidad redentora a sus papeles. McAvoy en particular se destaca como el más complejo de todos. Es el verdadero protagonista de la película, y comparte una escena muy buena con su futuro yo (Patrick Stewart).

A estos conflictos internos y externos se suma la alegoría social que ya todos conocemos acerca de la lucha por los derechos civiles, ya sea por la fuerza o la diplomacia. Ambigüedad que suele perderse al dividir a los mutantes entre “los buenos y los malos”, pero que aquí se sostiene mejor que en otras películas hasta cierto punto. La eterna lucha de los X-Men es tan atractiva porque son superhéroes que primero y principalmente luchan por su propia supervivencia. Cuando luchan por el mundo no lo hacen para preservar un orden falaz, sino para poder cambiarlo y modelarlo a imagen de un ideal que nunca llega del todo pero amerita pelear otro día. Probablemente son los superhéroes más auténticamente revolucionarios que tiene Hollywood.

Ninguna película sobre los X-Men podría llegar a ser considerada “la película de X-Men por antonomasia”. Suelen tener sobrepeso de personajes que no reciben la atención que se merecen ni terminan de involucrarse del todo en la trama, y las historias tienden a arrancar en lugares más interesantes de los que llegan. X-Men: Días del futuro pasado repite un poco de todo esto, y a eso suma un contexto histórico risible y unas cuantas incoherencias entorno a su premisa. Pero Bryan Singer logra dirigir hábilmente a dos enormes elencos confinados en dos espacios temporales simultáneos sin jamás desenfocar el conflicto humano ni perder la intensidad de la trama. La saga da un paso para atrás y dos para adelante con esta película.