X-men, días del futuro pasado vuelve a reunir a los personajes de la saga y tiene escenas impresionantes, pero su acción es dispersa y le falta sentido dramático.
Se supone que el máximo tabú de los viajes en el tiempo es modificar la historia. Como en aquel famoso cuento de Ray Bradbury, sólo bastaría pisar una hoja en un bosque prehistórico para trastornar todo lo que viene después.
Lo contrario de ese tabú es lo que sostiene a X-men, días del futuro pasado: si el presente es pura decepción (o extinción) no queda otra alternativa más que volver hacia atrás y ajustar las tuercas allí donde todo empezó a funcionar mal.
En este caso, el presente indefinido de la civilización de mutantes es una variante oscura del infierno. Están en guerra contra esa parte de la humanidad que quiere exterminarlos y la derrota final parece inminente. La causa: unos soldados robots fabricados con materiales derivados del ADN de una X-men: Mystique (Jennifer Lawrence).
La mayor virtud de esta entrega –que vuelve a ser comandada por Bryan Singer (autor de las dos primeras)– es a la vez su mayor defecto. Por un lado, la trama consigue atar los hilos sueltos de las versiones anteriores y reunir a los personajes principales, pero por otro lado divide la acción en múltiples direcciones, para darles espacio a todos los protagonistas.
El efecto es una dispersión dramática que no termina de ser equilibrada por el carisma de los actores ni por algunas escenas formidables, como la del rescate de Magneto en el Pentágono, donde brilla Quicksilver (Evan Peters). Para colmo esas armas asesinas que son los robots carecen de las emociones básicas que vuelven interesantes a los seres malignos, con el agravante de que el científico que los dirige (Peter Dinklage) siempre está demasiado lejos de la verdadera acción.
Al revés de lo que ocurría en X-Men, primera generación, que ofrecía una versión secreta de la historia del siglo 20, X-men, días del futuro pasado directamente modifica los hechos históricos, los distorsiona, y por eso mismo los desencanta y los vuelve relativos, les quita ese peso de fatalidad que tienen las cosas ya ocurridas. Y si bien el guion se permite cierta ironía retrospectiva hacia la figuras del canciller Henry Kissinger y presidente Richard Nixon, la crítica a los poderes reales no pasa de una caricatura.
Todo indica que la saga cinematográfica de superhéroes más interesante del nuevo siglo sigue siendo una máquina de generar ficciones y millones. De hecho, ya se han anunciado una nueva Wolverine y X-men Apocalipsis. No habrá que faltar a la cita.