El inesperado tropiezo de una saga diferente
Tropiezan los X-Men. Un poco de historia: tras las dos primeras entregas, dirigidas y supervisadas muy de cerca por el nada tonto Bryan Singer (realizador de la recordada Los sospechosos de siempre), la tercera X-Men cayó en manos del amanuense Brett Ratner, que se las ingenió para convertir esta saga distinta en una de superhéroes del montón. En vista de ello y en su carácter de productor y autor de la idea original, Singer tuvo el buen tino de convocar al británico Matthew Vaughn para la siguiente. Guionista y director de Kick-Ass, Vaughn imprimió a la cuarta X-Men (2011) una desfachatez pop que la roció de aire fresco. Lástima que no lo dejaron seguir: ahora Bryan Singer se limitó a contratarlo para colaborar en la escritura de la historia de base de la quinta entrega (ni siquiera el guión), retomando él el comando del asunto. Contra todos los pronósticos, X-Men: Días de futuro pasado está más cerca de la de Brett Ratner que la de Matthew Vaughn.
La rueda vuelve a girar alrededor de ambos líderes: el estratégico Xavier (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen), partidario de la “línea dura” en la lucha de los mutantes por ganarse un lugar en el mundo. Vuelve a haber, como en la anterior, un viaje en el tiempo. En X-Men: Primera generación, la que viajaba era la narración, que recorría la historia de ambos, desde la infancia hasta el momento mismo en que peleaban para siempre. ¿Para siempre? Ante la amenaza misma de extinción y cercados en un futuro próximo por unos robots asesinos llamados Centinelas, en Días de futuro pasado los veteranos shakespereanos se alían para enviar a Wolverine (Hugh Jackman) al pasado, gracias a los poderes de una joven discípula (Ellen Page), que mediante la aplicación de manos puede hacer viajar a donde (o cuando) sea el espíritu de quien se le ponga delante.
El año elegido para depositar el espíritu de Wolverine es 1973, cuando la guerra de Vietnam está a punto de desbarrancar definitivamente para el imperio. El lobizón deberá impedir que Mystique (Jennifer Stewart) ejecute al creador de los Centinelas. Que es el primer enano fascista literal de la Historia. Como que lo encarna el pequeño Peter Dinklage, conocido sobre todo por su papel de Tyrion Lannister en Game of Thrones. Buenísimo el nombre del tipo acá: Dr. Bolívar Trask (¡!). Wolverine tiene que contactar a los jóvenes Xavier (James McAvoy) y Magneto (Michael Fassbender) y convencerlos de que deben unirse. Lo cual, se supone, no ha de ser fácil. Dejando de lado lo que hace interesantes a los X-Men (su condición de “distintos”, de segregados, de discriminados), Días de futuro pasado recurre a las mismas armas que cualquier tanque hollywoodense: espectacularidad (Magneto suspendido en el aire, con ese casco de cuero medio retro, conduciendo un ejército de Centinelas voladores), efectos especiales a la manera de fuegos artificiales, retorcimientos de la trama, despliegue de subtramas que da una falsa sensación de complejidad a lo que es una mera máquina encendida. Eso, para no hablar de la aparición del peor Nixon de la historia del cine: un tipo que se le quiere parecer y no puede.