X-Men: Días del futuro pasado

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

La cima de la saga mutante

Podríamos decir que Chris Claremont es para los mutantes de la Marvel lo que Stan Lee para el resto de los personajes de la “Casa de las Ideas”. Porque si bien “The Uncanny X-Men” comenzó a salir en 1963 con autoría de Lee y el Rey Jack Kirby, ese período iniciático no causó el mismo furor que otros lanzamientos de la editorial: hubo que esperar hasta 1974, cuando el guionista Len Wein (que ya había creado a Wolverine) y el dibujante Dave Cockrum relanzaran la nueva y mítica formación, para rápidamente pasarla a Claremont, con los lápices de John Byrne.
Ahí estalló la magia de la franquicia, con 15 años de grandes ideas en la misma: de la saga de Fénix Oscura y Wolverine en Japón a “Rubicón”, pasando obviamente por “Días del futuro pasado”.
Preste el lector atención a las fechas, porque si “X-Men: primera generación” estaba ambientado en 1962 (durante la crisis de los misiles de Cuba), en las vísperas del debut de los X-Men en el papel, la mayor parte de la cinta que hoy nos convoca transcurre en 1973, poco antes del relanzamiento, cuando los X-Men estaban técnicamente disueltos. Si salió por casualidad y no lo hicieron a propósito, es “cosa e’ mandinga”.
Salvar el futuro
Intentemos adentrarnos en el argumento. En un futuro temiblemente cercano, los mutantes y muchos humanos normales (por solidaridad o por ser portadores del gen X) están siendo exterminados por la más flamante generación de Centinelas, unos robots preparados para detectar y destruir mutantes, con habilidades para adaptarse a los poderes con que los ataquen, conducidos por “lo peor de la humanidad”. El Profesor X y Magneto encabezan juntos el último grupo de resistentes, secundados por Wolverine, Storm, Kitty Pride, Sunspot, Warpath, Iceman, Bishop, Colossus y Blink.
A partir de un experimento de Kitty con sus poderes (enviar la consciencia de Bishop a su cuerpo del pasado inmediato para avisar de un ataque de Centinelas), surge un plan mayor: mandar a alguien más atrás en el tiempo, a evitar que Mystique elimine al doctor Bolivar Trask (puede pensarse que ese nombre fue una referencia de Claremont al doctor Vannevar Bush, el gran científico militar de posguerra), lo que generó una cadena de hechos que termina en los Centinelas.
Puesto Wolverine nuevamente en la situación de ser clave de la historia (es el único que puede aguantar el proceso), el canadiense tendrá que viajar al pasado y convencer a un desilusionado Charles Xavier, a un resentido Magneto y a la joven y enojada Mystique de cambiar el curso de la historia: una tarea nada menor.
Maestría
Bryan Singer lo hizo de nuevo, y lo llevó más allá. El principal director y productor de la saga mutante volvió a ponerse al frente, colaborando con Matthew Vaughn (director de “X-Men: Primera generación”) que gestó el argumento junto con Jane Goldman y Simon Kinberg. De ese equipo creativo, surgió un producto que combina los atractivos destacados en la primera trilogía mutante y la precuela, sumando a los potentes elencos de ambas temporalidades. Y también (en cuanto a clima y situaciones) algo que se mueve entre lo mejor de la saga de “Terminator” (con algunas paradojas temporales para discutir, como inevitablemente pasa) y “El origen” de Nolan (con el cuerpo de Logan mantenido en el sueño/viaje temporal por Kitty, durante un tiempo que en el pasado son largos días).
Y al mismo tiempo, el producto tiene mucho sabor a Claremont, con la recuperación de una de sus sagas más queridas (la forma en que se trasladó la idea de Fénix Oscura en “X-Men: la batalla final” puede parecer por momentos injusta) y la puesta en movimiento de una gran cantidad de mutantes célebres mostrando sus poderes con la plenitud que lo permiten los efectos visuales (la escena de Quicksilver es magnífica, a la vez que divertida).
De yapa, el juego temporal permite recanonizar la saga (algo que en los cómics de superhéroes ya es habitual) y la escena post-créditos permite adivinar para dónde irá la cosa.
Cumbre
Del elenco, hay que decir que los siempre elogiados Hugh Jackman (Wolverine), James McAvoy (Xavier joven) y Michael Fassbender (Magneto joven) llevan la historia con la soltura con la que ya adoptaron sus personajes; lo mismo cabe decir de Patrick Stewart (Xavier grande) y de Ian McKellen (Magneto veterano), más la intensidad que logra Jennifer Lawrence (Mystique), una actriz en constante crecimiento.
La gracia de Nicholas Hoult (Hank/Beast) completa el equipo principal, que aparece secundado por las reapariciones de Halle Berry (Storm), Ellen Page (Kitty Pryde) y Shawn Ashmore (Iceman), más algunas sorpresas y cameos. Y una curiosidad: Peter Dinklage (en el candelero gracias a “Game of Thrones”) como un Trask enano.
Posiblemente, estemos ante la mejor película de la saga mutante hasta el momento. Podemos imaginar a Chris Claremont en la oscuridad de la sala, mascando pochoclo mientras ríe entre dientes, satisfecho con el legado que dejó. Larga vida a los mutantes, y que viva la diferencia.