Los superhéroes andan a los saltos por el tiempo
Si hay que encontrar alguna virtud a la nueva X-Men es la de hacer partícipe de su desbarajuste temporal a los espectadores. Seguramente, nadie debió pensar, pocos años atrás, siquiera "filmable" un argumento en donde convivieran distintas versiones -pasadas/futuras- de superhéroes prácticamente desconocidos para el gran público. Ejercicio empresarial que Marvel/Disney supo cómo implementar para, así, entrometer en la cabeza de espectadores desprevenidos nombres como Wolverine, Xavier, Jean Grey, Magneto, Cíclope, entre otros.
Quedan a salvo las magníficas historietas fuente, las de los '70/'80, donde moran todas y cada una de las vueltas argumentales que incorpora la serie cinematográfica. Ésta es la aventura más famosa de los X-Men del cómic, también la más triste, ya que el futuro no les depara nada mejor, y aún cuando los vericuetos de guión les permitan salir airosos, lo cierto es que la persecución al diferente continuará peor.
Todo esto más o menos presente en el film de Bryan Singer, el encargado "oficial" de X-Men. Allí cuando la serie parecía tocar cierto límite con su tercera entrega, la renovada X-Men: Primera generación (2011) devolvió bríos y encontró relevos perfectos en James McAvoy y el gran Michael Fassbender. Con Días del futuro pasado se encuentra un enlace generacional justo, capaz de despegar hacia una renovación de casting definitiva, que unos cansinos Ian McKellen y Patrick Stewart ya no pueden sostener. Pero sólo eso.
Tampoco es que haya que pedir tanto, sólo se trata de otra película de superhéroes, con su fórmula ya trillada por tantos títulos fugaces. Lo que llama la atención es cómo ciertos directores no pueden desplegar otros rumbos. Que Bryan Singer deba seguir en lo mismo de siempre (nombre ya previsto para otra secuela) y no retome propuestas cercanas al espíritu de sus tempranas Los sospechosos de siempre y El aprendiz (según novela de Stephen King) da cuenta de cierto corsé (auto)impuesto.
Lo que queda, entonces, es un ejercicio narrativo destinado hasta al espectador más distraído. Con el eje puesto en quien sigue como estrella del reparto: Hugh Jackman, obligado acá a hacer lo habitual, si bien presa de muchos diálogos explicativos, pero con las garras feroces de siempre.
Algunas pequeñas notas agregan valía: la caracterización irónica de Peter Dinklage (el Tyrion Lannister de Game of Thrones), la interacción entre Jackman y Fassbender, la desnudez azul de Jennifer Lawrence (cuando Mystique, su personaje, no es un dibujito digital), la adicción alcohólica y de LSD disimulado de Xavier (McAvoy), y los registros en súper-8: cuya textura y colores saturados recuerdan el offset de los cómics de origen.
Hay momentos fugaces donde el viaje a los '70 tiene cierto encanto, pero enseguida perdido. Lo digital irrumpe rápido. Y estos personajes, antes que hijos del átomo, lo son de los cálculos por ordenador. Allí es donde todo este cine termina. En los números.