EL RETORNO DEL REY
Digámoslo desde el comienzo: “X-Men: Days of Future Past” no es una gran película, pero su avidez la dota de una energía que otros directores de la saga como Gavin Hood, Brett Ratner o James Mangold no supieron darle. Solo la “X-Men: First Class” de Vince Vaughn, estrenada en 2011, pudo recuperar algo del nivel que tuvieron en su momento “X-Men” y “X2”. Para alegría de todos, el director de “Los sospechosos de siempre” decidió volver luego de diez años para mostrar cómo se hace.
En el futuro tanto hombres como mutantes son sistemáticamente eliminados por los centinelas, robots gigantes que tienen la capacidad para copiar las habilidades de los mutantes, lo cual, sumado a su superioridad física y numérica, los hace invencibles. Así, la única solución posible es enviar al pasado a Wolverine, cuyos poderes de autocuración le permitirían sobrevivir al impacto psicofísico que implica el viaje, para evitar que ocurra lo que desencadenó todo: el intento de asesinato del Dr. Bolivar Trask, creador de los centinelas, por parte de Mystique a principios de los 70.
La séptima entrega de la saga iniciada en el 2000 reúne a la mayoría de los mutantes que han aparecido en las entregas anteriores. Hay cierta dispersión dramática producto del ida y vuelta entre el pasado y el presente, y los personajes se ven obligados explicar el suceder de los acontecimientos para que el espectador no se pierda. Por suerte, también hay humor y teorías jugosas sobre algunos sucesos históricos y el mapa genético de líderes mundiales como J. F. Kennedy.
Su holgado presupuesto de más de doscientos millones de dólares no ha sido desaprovechado y de sus varias escenas de acción sobresale aquella en la que Quicksilver (que se lleva sin dudas el premio revelación) resuelve la situación a su tiempo mientras suena, precisamente, el setentoso Time in a Bottle, de Jim Croce.
El director anunció ya un nuevo capítulo para el 2016: “X-Men: Apocalypse”. No teman, mutantes… de la mano de Singer hay presente y hay futuro.