Y abrazame tuvo su estreno en la 50° edición del festival de Sitges, lo que ya nos da una pauta enorme sobre qué tipo de película es. Javier Rao nos cuenta la historia de Joaco, un chico que vive en el conurbano cuya cita desaparece dejando un rastro de sangre detrás. Con climas interesantes y apostando a una puesta más cercana al neorrealismo que a los códigos tradicionales del género, logra una propuesta novedosa.
Joaco (Joaquín Sanchez) se queda un fin de semana solo en su casa e invita a una pareja amiga y una chica a pasar el rato. La pareja se va, dejándolos solos. Y lo que podía terminar en una excelente noche para ambos es el comienzo de la pesadilla de Joaco: la chica parece esfumarse en el aire, dejando sus pertenencias y un enorme charco de sangre detrás. Él intenta ubicarla y dilucidar en qué medida las pesadillas y alucinaciones que empieza a tener están relacionadas con esta cita fallida.
Con una iluminación natural y usando muy poca música incidental, el código no realiza cambios para indicar qué pasa en la realidad o qué es producto de la mente del protagonista, sumergiendo al espectador en la misma incertidumbre de Joaco.
La propuesta se basa en una historia chica a nivel producción, por ejemplo las locaciones (mayormente casas) son reales, hay una intención general orientada al naturalismo que, por un lado, se logra sin problemas y por otro, hace palpable y cotidiano el terror. Por cercanía la historia le podría pasar a cualquiera de nosotros, y eso es lo que la hace profundamente perturbadora.
Y abrazame es una película que uno, en su esfuerzo por categorizar todo, la ubicaría más cercana al Buenos Aires Rojo Sangre que al Bafici. No obstante, la narración más apegada a lo moderno que al paradigma clásico y una fuerte presencia de autor la convierten en una obra flexible, con más de un nivel de lectura, lo que le permite llegar a un público mucho más amplio.