Un gualicho en el conurbano Para lo que suele ser el cine de terror argentino de la actualidad, siempre moviéndose en un péndulo que va desde un ridículo saturado de clichés y citas innecesarias hasta una corrección que suele quedarse corta en su efusividad, Y Abrázame (2017) se impone con voz propia como una de las propuestas más inusuales del panorama reciente vernáculo: esta ópera prima de Javier Rao adopta una perspectiva muy barrial -léase propia de zonas marginales de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano- para contar una historia acerca de un encuentro sexual entre un chico y una chica que deriva en la posterior desaparición de la joven, dejando apenas su celular y algo de sangre en el baño como signos de un primer acercamiento íntimo bien freak. El muchacho en cuestión intenta localizarla de manera infructuosa y a medida que comienza a padecer alucinaciones y sueños protagonizados por la susodicha, se decide a recurrir a una hechicera/ tarotista que lo convence de algo que ya sospechaba: hablamos de un viejo y querido gualicho. Rao maneja un tono naturalista típico del cine independiente argentino que curiosamente no había sido del todo explotado hasta ahora en el enclave del terror, ya que sus colegas directores del género por lo general o apuestan a ensalzar la sobreactuación desaforada o se tiran hacia ese intento de “tono neutro” del mainstream autóctono, el cual de un tiempo a esta parte tiene de modelo a la profesionalidad del cine hollywoodense. Aquí el realizador y guionista recurre sutilmente a algunos tics clásicos del horror fantasmagórico, el cine psicodélico y los relatos de una degradación mental tendiente a la locura, un combo al que se suma el citado costumbrismo como rasgo fundamental a nivel macro (tenemos numerosas conversaciones coloquiales entre el protagonista y su grupo de amigos que se sienten naturales, para nada forzadas). La propuesta en general resulta loable pero los resultados no llegan a ser del todo satisfactorios debido a que más allá de “bajar a tierra” a la pose afectada habitual del terror, esa que puede conducir al éxito o al fracaso según el talento que demuestre el cineasta de turno en la ejecución, a decir verdad al film le termina jugando un poco en contra esta idiosincrasia campechana, restándole fuerza a una trama que de todas formas en su último acto levanta bastante la intensidad de la mano de algún que otro ritual profano… amén de unos minutos finales tan simples como efectivos que respetan la lógica de una mundanidad en la que acechan agazapados unos celos funestos que funcionan como la contracara fatal del amor.
Y abrazame tuvo su estreno en la 50° edición del festival de Sitges, lo que ya nos da una pauta enorme sobre qué tipo de película es. Javier Rao nos cuenta la historia de Joaco, un chico que vive en el conurbano cuya cita desaparece dejando un rastro de sangre detrás. Con climas interesantes y apostando a una puesta más cercana al neorrealismo que a los códigos tradicionales del género, logra una propuesta novedosa. Joaco (Joaquín Sanchez) se queda un fin de semana solo en su casa e invita a una pareja amiga y una chica a pasar el rato. La pareja se va, dejándolos solos. Y lo que podía terminar en una excelente noche para ambos es el comienzo de la pesadilla de Joaco: la chica parece esfumarse en el aire, dejando sus pertenencias y un enorme charco de sangre detrás. Él intenta ubicarla y dilucidar en qué medida las pesadillas y alucinaciones que empieza a tener están relacionadas con esta cita fallida. Con una iluminación natural y usando muy poca música incidental, el código no realiza cambios para indicar qué pasa en la realidad o qué es producto de la mente del protagonista, sumergiendo al espectador en la misma incertidumbre de Joaco. La propuesta se basa en una historia chica a nivel producción, por ejemplo las locaciones (mayormente casas) son reales, hay una intención general orientada al naturalismo que, por un lado, se logra sin problemas y por otro, hace palpable y cotidiano el terror. Por cercanía la historia le podría pasar a cualquiera de nosotros, y eso es lo que la hace profundamente perturbadora. Y abrazame es una película que uno, en su esfuerzo por categorizar todo, la ubicaría más cercana al Buenos Aires Rojo Sangre que al Bafici. No obstante, la narración más apegada a lo moderno que al paradigma clásico y una fuerte presencia de autor la convierten en una obra flexible, con más de un nivel de lectura, lo que le permite llegar a un público mucho más amplio.