Para narrar esta historia tan densa, la directora libanesa Nadine Labaki apela a la comedia costumbrista, y a la vez la fusiona con la tragedia más profunda e incluso con el género musical, lo que procede en un pastiche de géneros, anti climáticos y poco profundos.
Más allá del estilismo de las imágenes y los climas de “cine de autor europeo-oriental”, el filme busca apelar a las sensaciones para bajar línea sobre la concordia de las religiones, los derechos femeninos y la humanidad de las personas. El resultado es un filme pretencioso, que se hace eterno y difícil de sobrellevar.