Sin rumbo
La directora de la bastante más interesante Caramelo (también protagonista de ambos films) apela en su segundo largometraje al pintoresquismo for export, al patetismo pueblerino y al artificio (varias secuencias musicales poco inspiradas) para describir la lucha de un grupo de mujeres por aliviar las tensiones religiosas entre musulmanes y cristianos dentro de una comunidad del Líbano, que vive entre carencias múltiples y minas que pueden explotar en cualquier momento.
Una tragicomedia que ha ganado varios premios en festivales internacionales (incluídos algunos del público), pero que para mi gusto resulta torpe, grotesca, caótica (con algo que recuerda al peor Emir Kusturica) y decididamente manipuladora. El riesgo, por lo tanto, corre por cuenta del lector.