El crudo diario íntimo de un gran cineasta
Ingeniero de sonido, productor, realizador, colaborador de algunos grandes cineastas de su país o extranjeros, el portugués Joaquim Pinto interrumpe el largo silencio al que lo obligó la enfermedad para asumir la primera persona y volcar en esta suerte de cinematográfico cuaderno de notas su intimidad, sus experiencias cotidianas, desde las más penosas producto tanto de los males físicos que padece cuanto de los indeseables efectos de sus tratamientos hasta las más rutinarias de una vida en el campo al lado del generoso y comprensivo Nuno, con quien lleva dos décadas de unión, y de sus cuatro perros, casi tan protagonistas como ellos dos de este film inclasificable. Como en un diario, además de los cambiantes estados por los que atraviesa -cansancio, insomnio, deterioro físico y espiritual también caben allí sus opiniones sobre todo tipo de asuntos, desde el estado actual del mundo hasta la religión, la política y, por supuesto, el cine.
En 2011, cuando ya llevaba dos décadas luchando contra el HIV, inició en Madrid un tratamiento todavía en fase experimental contra la hepatitis C, que había contraído entretanto. La voz de Joaquim, casi siempre en off, aunque no faltan los momentos en que se dirige a cámara, confiesa sus sentimientos, expone sus dudas, acompaña sus jornadas de trabajo en la granja de las Azores y sus reiteradas visitas al hospital madrileño o a los diversos laboratorios en cuyos microscopios intenta descubrir al virus que desde hace tanto tiempo le ha trastornado la vida esa que él juzga poco interesante, y también se ha llevado la de muchos de sus amigos. En el ritmo de su decir y en el de la construcción visual de un relato que abarca tanta variedad de temas, hay cierta cadencia que transmite algo de serenidad y seguramente es decisiva para que las casi tres horas de duración pasen casi sin ser advertidas.
Aunque está presente lo mismo que la amenaza de la muerte que viene con ella la enfermedad no es el tema central de esta película indescriptible. En todo caso, cabe definirla como la reflexión profunda, muchas veces poética, siempre personal de un artista sobre la vida, el amor, el sufrimiento y la mortalidad, mientras sigue interrogándose en busca de un sentido. La religiosidad asoma en más de una oportunidad, sobre todo en los tramos finales, donde despunta alguna memoria autobiográfica apoyada en ilustrativo material gráfico.
Puede que no se trate de una obra de acceso sencillo, pero es difícil permanecer indiferente ante este diario íntimo crudo y conmovedor, Se exhibe solamente en el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hoy y los restantes viernes de este mes, a las 21.30.