A la vejez, sin lamentos
La idea no es novedosa, pero no por falta de originalidad debe ser despreciada de antemano: un grupo de viejos deciden que todavía tienen energía para seguir viviendo, evitando quedarse estancados en ese lugar que la sociedad les reserva como integrantes del colectivo denominado “tercera edad”. Pero, además -y ahí radicaba parte de su peligro como propuesta-, estos viejos son interpretados por glorias del cine francés y también universal: Guy Bedos, Geraldine Chaplin, Jane Fonda, Claude Rich y Pierre Richard. Pero por suerte el director y guionista Stéphane Robelin no hace una apología de doble faz: no nos dice que los viejos pueden ser jóvenes comportándose como tales, ni tampoco se lamenta ante el lugar que las estrellas ancianas ocupan en el universo del cine industrial. ¿Y si vivimos todos juntos? es, saludablemente y en primer plano, una comedia dramática sobre la amistad, el paso del tiempo y la distancia que ciertas relaciones necesitan para ser constantes. Que sus personajes sean ancianos es una circunstancia que enriquece mucho más al film.
Este año ya tuvimos algunos ejemplos de viejos negados al paso del tiempo, tal vez el más notorio fue Tres tipos duros, donde fundamentalmente Al Pacino y Christopher Walken se lamentaban por las jugadas que la edad les pasaba. Era un film bastante llorón, que hacía lo que no deben hacer estas películas: colocaban a los vejetes en situaciones ridículas, renegando de algo tan inevitable como la vejez. Por el contrario los viejos de ¿Y si vivimos todos juntos? no buscan recuperar actividades del pasado para mostrarse jóvenes, sino que pretenden hacer del tiempo que les queda sobre la Tierra un mejor momento, con el ritmo y la lógica de su edad. El solterón Claude no quiere coger con prostitutas para negar el paso del tiempo -y de paso seguir fijando su virilidad- como lo hacía el Val de Pacino, sino porque esa actividad era algo habitual de su personalidad: perderla será comprobar que el paso del tiempo es inexorable.
¿Y si vivimos todos juntos?, como decíamos, tampoco intenta dejar un subtexto a favor de los actores de la tercera edad, al estilo de una Elsa y Fred. No nos subraya un “mirá, son viejos pero pueden seguir actuando”, sino que cuenta una historia de la tercera edad con actores que se encuentran en esa etapa de la vida. Que hayan sido estrellas es sólo una casualidad y, además, la búsqueda de un mejor camino comercial.
Si el film no es mucho mejor, es porque la apuesta no deja de ser bastante poco ambiciosa y algunas resoluciones no eluden los lugares comunes más transitados: esto último se hace evidente en el personaje de Daniel Brühl, el típico joven que ve la vejez con distancia y que termina aprendiendo algo en el camino. Así y todo, el film de Robelin es una más que digna reflexión sobre los vínculos afectivos que construimos como una forma saludable de suplantar aquellos más errantes, signados por la sangre. Y eso con un humor constante y sin abusar de los sentimentalismos, cuando el territorio estaba más que sembrado para eso con enfermedades y achaques de todo tipo.