"Ya no estoy aquí", personajes en los márgenes
El director mexicano examina y expone los fragmentos de una vida sin artilugios, ni grandilocuencias, ni apremios narrativos.
Las luces de alerta se encienden ante una película sobre el desarraigo de un adolescente mexicano obligado a cruzar ilegalmente la frontera con Estados Unidos luego de tener problemas con un cartel narco: no es descabellado imaginar una historia que mezcle miserabilismo for export, denuncia social, una corrección a prueba de toda lógica dramática y el mesianismo de un director convencido de que la silla plegable es un púlpito desde el cual decir sus grandes verdades. Pero Fernando Frías de la Parra –un nombre a tener muy en cuenta de aquí en adelante– sabe que el mejor cine político es aquel que no necesita gritar y entiende que sus ideas se desprenden del accionar de sus personajes, de la puesta en escena, de una decisión estética que evada el registro urgente, sucio y “realista” asociado a este tipo de películas. Quizá por eso el recorrido de Ya no estoy aquíen festivales europeos fue prácticamente nulo.
Sí pasó por el Festival de Mar del Plata, aunque en la sección secundaria Nuevos Autores. Merecidísimo el rótulo de autor para Frías de la Parra, alguien que firma mientras filma, aun cuando su película tenía condiciones de sobra para competir en los apartados principales. Ya no estoy aquí tiene la misma convicción de ese cine independiente estadounidense que se hace lejos de la lógica de Hollywood. Un cine que examina y expone los fragmentos de una vida sin artilugios, ni grandilocuencias, ni apremios narrativos. A la manera de Sean Baker en toda su filmografía pero en especial en Prince of Broadway(2008), los personajes se mueven en los márgenes, en un ámbito de violencia constante y con pocas oportunidades para salir adelante, que sirve como contexto para observar los ritos y costumbres que fungen como pilares constitutivos de una identidad grupal a la vez que personal.
Todo transcurre en las montañas de Monterrey, al norte de México, donde los narcos se expanden como el coronavirus por Europa, timoneando la economía local y satisfaciendo necesidades que el Estado no puede -¿no quiere?- satisfacer. Los jóvenes, en su mayoría provenientes de entramados familiares complicados, vagabundean de sol a sol, contenidos por sus grupos de pertenencia. Pero la tentación de dejarse abrazar por los tentáculos de los carteles locales, con sus promesas de lujo, bienestar y mujeres, está presente. La banda de Ulises se llama Los Terkos y sus integrantes se distinguen por sus ropas holgadas y peinados con forma de casco de soldado romano, esto es, una cresta vertical en el centro de la cabeza, nucas rapadas y los cabellos laterales alisados cubriendo las orejas. Se autodenominan “kolombianos”, por pasarse días escuchando cumbia ralentizada.
Tanta cumbia escuchan, que hasta parecen habitarla, volverla física, ya sea en fiestas bailables o en los restos de ese edificio a mitad construir al que llegan para experimentar una libertad que difícilmente consigan al ras de la piso. Una libertad de letras tristes y melancólicas dedicadas a un pasado que los chicos no conocieron pero que igual añoran y que le permite a Frías de la Parra lograr momentos de indudable belleza e intimidad. Hasta que un malentendido con ese cartel obliga a Ulises a escapar a Nueva York, en un viaje que será cualquier cosa menos fácil. Parra elude las postales turísticas de la Gran Manzana para internarse en una zona de clase media-baja laburante de Queens donde conviven diversas corrientes inmigratorias y un crisol de acentos. Un país nuevo, sin amigos, familia ni papeles, con pocas posibilidades de volver (“Si venís, olvídate de mí”, le dice muy dulcemente la madre durante una llamada desde el exilio) y ni media palabra de inglés en su vocabulario: difícilmente alguien podría esperar una llegada menos auspiciosa.
Más de un ojo entrenado esperará una sobredosis de sordidez y violencia. Pero no, por el contrario, con la llegada de Lin –la nieta de 16 años del chino que comanda un minimercado– el mexicano rumbea hacia una luminosa fábula de aprendizaje y maduración, abrazando así el género “coming of age” y llevando a Ulises a la última parte de un viaje luego de un viaje que lo convertirá en alguien totalmente distinto al que era. Notable reflexión sobre las repercusiones de la violencia en la juventud y la cultura, Ya no estoy aquí termina, como no podía ser de otra manera, con una buena cumbia al palo.