"Sigue el camino amarillo" cantaban los Munchkins en El mago de Oz. Ese sendero debía llevar a Dorothy a Oz para de allí volver a casa. Como en todos los cuentos de hadas, el camino conduce siempre al inicio, luego del aprendizaje que implica toda aventura. En Yanka, el destino no es Oz sino el volcán Copahue, corazón de leyendas mapuches. Lo mejor de la película de Iván Abello es el camino de la heroína, la terquedad y el malhumor que le aporta la interpretación de Maite Lanata, su viaje hacia una madre perdida, hacia una historia recobrada. La fantasía que habita en el bosque, bajo la apariencia de duendes y criaturas legendarias, tiene sus altibajos, y por momentos se pierde en efectos digitales en lugar de potenciar la fuerza del fuera de campo y el pulso de lo irracional que tiene siempre todo desmedido sentimiento.