EL LÍMITE QUE DEJA MARCAS
La toma se cierra de forma pausada recortando al director Sebastián Sarquís hasta un plano detalle de su mano. Ésta toca la soga atada a unos palos, recorre la extensión y cuando la cámara vuelve a alzarse ya no se trata de la mano del director; en su lugar aparece la de Farías (Omar Fanucchi), un personaje de la nueva película que busca filmar Sarquís.
El desdoblamiento se vuelve efectivo: en Yarará la realidad y la ficción se entremezclan de manera constante, articulan una serie de motivos que adquieren, según el caso, diferentes significados, se miran en los matices para copiarlos u oponerlos y hasta podría pensarse que comparten las raíces puesto que se trata de una película dentro de otra. Esto quiere decir que, por un lado, está el homenaje de Sarquís a su padre Nicolás y hacia su ópera prima Palo y Hueso (1968) basada en el cuento homónimo del escritor argentino Juan José Saer. Por el otro, la construcción de un nuevo filme basado en otro cuento del escritor, El camino de la costa, y gracias al cual Sarquís hijo explora los escenarios que alguna vez conoció su padre en San José del Rincón, provincia de Santa Fe, y retoma el diálogo con los actores.
De esta forma, la puesta en juego de ambos recorridos no sólo se evidencia en el relato a través del entrecruzamiento o el uso de uno u otro aspecto según el hecho, sino también en la ambientación y en los mismos intérpretes. Sarquís junto a Rudy Chernicof y a Héctor da Rosa (quien hizo de Domingo en Palo y Hueso) visita los espacios elegidos por su padre, los compara con su visión o intenta repensarlos para el nuevo proyecto. Aunque también les devuelve el valor del pasado, por ejemplo, cuando reproduce, 47 años después, la escena donde Domingo y Rosita (Juana Martínez) se guarecen de la lluvia en la puerta de la biblioteca y traspone imágenes en blanco y negro.
La misma lógica se repite con la incorporación de objetos o su articulación en ambos relatos. Por ejemplo, un bastón perdido en el río que luego usará Farías o la marca de una M en un árbol que, por un lado, se realizó en la filmación de Palo y Hueso o que luego funcionará para Montenegro como metáfora.
El trabajo se repite ya sea con la búsqueda de Martínez y el reencuentro entre ambos protagonistas o con otros involucrados en el filme de 1968.Mientras que, del lado de la nueva ficción, Juan Palomino, quien encarna a Ramón Montenegro, y Farías se presentan como los emblemas del cuento y, por qué no, como lazo con el título del filme. Puesto que Yarará poco tiene que ver con el animal propiamente dicho, sino con la metáfora de su mordida, con esa marca que tanto se busca dejar al descubierto y que se subraya a lo largo de todo el metraje: la idea de que la mordida de la serpiente puede salvar del cáncer (como se indica en la película), la marca de Montenegro por su destino o la puesta en duda de ese destino, la herencia de Sarquís padre al hijo o la de ambos directores para con el cine argentino.
Como indica Farías: “¿no podría nacer la gente con una marca para saber si van a ser buenos o malos?”. Por más que el hombre continúe con su vacilación, la pregunta queda sin respuesta porque la marca a la que se refiere no deja huella como pueden ser la M en el tronco del árbol o la mordedura de la serpiente. Por el contrario, es interna y sólo se descubre en un instante particular, en el borde de esa realidad y ficción que Sarquís tanto se empeña en volver difusa pero que, como los dos botes a la luz de la luna, termina por coexistir.
Por Brenda Caletti
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