La mirada justa
Acercarse a una definición o quizás emitir algún primer juicio sobre Yatasto apelando a su prolijidad sería, además de ambiguo, injusto. La película de Paralluelo es de la clase que puede contar con una fotografía o un montaje impecables y, aun así, no sobrepasar jamás la importancia de la historia o de los personajes (pienso, tal vez como contrapunto, en la última escena de su contemporánea Caballo de guerra, tan increíblemente anaranjada como entorpecedora). El trabajo sobre la estética es, entonces, doblemente eficaz: cada plano o composición es casi tan irresistible como los gestos y las palabras de los personajes en éstos.
El peso de la pobreza como tema, pero también y esencialmente como escenario principal, es un gran obstáculo. Es el tipo de entorno que sus protagonistas Bebo, Pata y Ricardo habitan día a día al llegar a casa, luego de recorrer las calles de Córdoba juntando cartones para poder ganarse la vida. El ser consciente de la indigencia que impregna sus espacios le otorga a Paralluelo la posibilidad de evitar que esa sombra oprima sin piedad a sus criaturas. Por eso, la verdadera trama es la que describe el proceso de trasmisión de valores entre las diferentes generaciones, los sueños y aspiraciones de los niños, sus maneras de ver el mundo, etc. Así, cada escena se vuelve el reflejo de un triunfo: el de los personajes por sobre los paisajes o, lo que es mejor, el de una historia descubierta entre los matices del sentir y pensar particular y cotidiano, lejos de la uniformización, de la pura descripción y de la atemporalidad que muchas veces inspiran los mismos contextos.
Paralluelo consigue un retrato profundo de sus protagonistas aun frecuentemente excluyendo sus voces y cuerpos del cuadro, sin acercarse a los rostros o incluso ocultándolos bajo las sombras. Es una mirada que si bien distorsiona y oculta, no genera ansiedad por descubrir o acercar, ya que lo puesto en relieve casi siempre es más valioso. En este sentido, uno de los momentos más inquietantes se genera en una charla que comparten Ricardito y su hermana. Él, casi totalmente oscuro; ella, bajo la luz de un rinconcito. En el rostro entre curioso y admirado de Dámaris al escucharlo se sintetiza no sólo la relación entre ambos sino lo diferente de sus vidas, incluso a pesar de ser hermanos.
Yatasto supera –y muy bien– cada una de sus propias barreras. La visión global del director finalmente se impone y termina de dar forma a este relato incesantemente bello, con la dosis de humanidad suficiente para dar lugar a la esperanza.