Crónica de niños solos
Documental sobre chicos cartoneros que conducen carros con caballos.
En la calle, la pobreza es unánime y transparente: lo que no tiene matices, no se piensa o directamente no se ve. En los medios, lo que queda al margen de la caracterización “ la gente” y ocupa, con suerte, secciones policiales. En casi todos lados, una amenaza: no de caer en ella, sino de ser “atacado” por ella. En política y en cine, demasiadas veces, una herramienta, una excusa, un estilo retórico o incluso estético. Siempre, en el fondo, injustamente, la otredad.
Yatasto , opera prima de Hermes Paralluelo, se anima, en cambio, a mirar a la pobreza de frente, desde adentro, sin demagogia ni preconceptos ni estereotipos ni golpes bajos: sin hablar en nombre de; con una naturalidad difícil de encontrar en otros documentales intimistas. Entonces es cuando dejamos de hablar de pobreza -generalización, prejuicio, vaguedad- y hablamos de personas, con nombres y vidas y sueños postergados; de gente, sí, que no se automargina del sistema sino que busca entrar en él (los porqué quedan para otro filme).
En Villa Urquiza, barrio suburbano de Córdoba, Paralluelo se centra en un grupo de chicos, en el vínculo que tienen con sus caballos y los carruajes con los que juntan cartones y desechos. Sin estridencias -sin voces explicativas en off, sin músicas piadosas, sin búsqueda de alegorías conmovedoras-, a través de un magnífico trabajo de campo, logra mostrarlos en su trabajo diario y también en sus vínculos familiares, casi siempre complejos y fragmentados.
La película está estructurada en largos planos fijos, trabajados minuciosamente desde la fotografía -basada, aun en interiores, en la luz natural- y el sonido. La desenvoltura de los chicos frente a cámara, el olvido de que se encuentran ante un dispositivo cinematográfico (de puestas elaboradas) hace que nos sintamos frente a una buena ficción. Lo que ocurría, por mencionar a otro documental premiado en el BAFICI, en Unidad 25 , que también impactaba con diálogos que parecían guionados, salvo por el hecho de que los diálogos guionados suelen sonar artificiales.
Acá, en cambio, todo fluye como en cualquier vida, incluso con destellos de humor y esperanza. Aunque el trasfondo sea triste. Como el de esa nena que le dice su hermano -mitad en serio, mitad en broma- que de grande será policía, para encarcelar a su padre y tenerlo más tiempo junto a ella.