LOS VIAJES DE RICARDITO
La extraordinaria ópera primea de Hermes Paralluelo consigue evitar la explotación miserabilista (y piadosa) de la pobreza gracias a un registro justo y laborioso sobre la vida de algunos habitantes del barrio Villa Urquiza.
El plano inicial de Yatasto es la aparición de un mundo. La oscuridad prevalece por unos segundos hasta que paulatinamente el fuego que calienta el mate matutino va imponiéndose. Ricardito y sus compadres han madrugado. Empieza un día entre otros, y los protagonistas, más que ponerse los guardapolvos para ir a estudiar, vestirán sus buzos, alimentarán su caballo y se prepararán para una larga jornada de recolección. La ciudad de Córdoba se transformará en un inmenso paisaje móvil y un escenario laboral. Desde el carro, los jinetes van en búsqueda de su alimento y manutención. Lo que es basura para algunos constituye mercancías para otros.
Se trata de una empresa familiar, que implica un saber que se transmite por generaciones. Yatasto es, entre otras cosas, una película sobre educación: la abuela es una pedagoga por excelencia y sus nietos son grandes aprendices. Pero no todo es trabajo. Los desposeídos tienen descanso, juegan, sueñan. En las casas, la televisión suele estar prendida, pero no necesariamente para ser vista. Es una intromisión omnipresente de un mundo inconmensurable, casi paralelo, pero que no impide la conversación. A Ricardito, el más chico de todos, le gustaría ser jockey y tiene talento como percusionista.
Yatasto revela la inaccesible experiencia de los pobres. Su retrato los dignifica, pero el filme encuentra la distancia y la forma justas para evitar naturalizar la pobreza, que siempre debería ser considerada una anomalía.
Así, el microcosmos develado, el de una familia organizada en un difuso orden matriarcal ligado a la recolección de elementos de descarte como eje de la economía doméstica, síntoma estructural de una macroeconomía disfuncional, es comprensible a través de un sistema de registro en el que la inmovilidad social de sus criaturas es percibida por un doble juego formal destinado a detectarla: un paradójico travelling fijo (la cámara fija sobre el carro) y una obstinación por planos medios, casi siempre fijos y en un enrarecido contrapicado. No se avanza, no hay horizontes.
Es por eso que el supuesto viaje del pequeño protagonista, Ricardito, que dice al final del filme haber ido a Santiago del Estero con su padre, resulta esencial. La movilidad, el turismo, el viaje iniciático es un privilegio de los otros, que viven en una economía específica. Los “miserables” no viajan, y si lo hacen es sólo por trabajo; son hombres golondrinas, hombres mulas, pero jamás hombres enteramente libres. La movilidad es un privilegio de clase en nuestra economía oficial.
En ese sentido, el (no) viaje de Ricardito, incluso su ironía al decir que en donde estuvo ni siquiera tienen señal los celulares, es un cierre extraordinario, enigmático y mucho más que una ocurrencia de su protagonista. Es el negativo de nuestras vidas.