Basada en un blog escrito hace más de 10 años, devenido luego en la novela homónima, la película Yo, adolescente narra las problemáticas típicas de esa edad, en la Buenos Aires post Cromañón. Se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play.
El film arranca con Zabo y un amigo saliendo de un boliche al cual asistieron para ver una banda en vivo, sin comprender mucho por qué el encendido de una bengala podría haber llevado a la evacuación del local. Pero la inocencia típica de los 16 años se interrumpe cuando su celular, el de su amigo y, eventualmente, el de todos los que los rodean empiezan a sonar. Son decenas de padres preocupados por sus hijos, porque en un boliche de iguales características acaba de ocurrir una de las peores tragedias que la ciudad de Buenos Aires tuvo en años, y muchos adolescentes y jóvenes perdieron su vida esa noche. A partir de ese momento, la vida de ninguno de esos adolescentes será igual, pero sobre todo la de Zabo, al enterarse de que uno de sus mejores amigos se suicidó al día siguiente de la catástrofe.
La Argentina post Cromañón, que también estuvo sumergida en una gran crisis económica desde el 2001, no fue el lugar más tranquilizador para transitar la adolescencia, ese momento tan definitorio en el que todos terminamos de darle forma a nuestra personalidad mientras le decimos adiós a la niñez y nos adentramos en el terrorífico mundo de la adultez. Yo, adolescente cuenta la historia desde el punto de vista del protagonista y está narrada en primera persona, formato que es heredado de los textos escritos en blog por Nicolás Zamorano (Zabo).
En sus esfuerzos por sostener el código de la primera persona, el film utiliza en demasía la voz en off, relatando textos que a veces se vuelven redundantes con las imágenes en pantalla, y en otras podrían haber sido directamente reemplazados por la puesta en escena que le permitiría al espectador adentrarse más en el personaje en lugar de mirarlo todo el tiempo desde afuera.
Si bien el mensaje de la historia que se cuenta es muy importante, la película por momentos parece no tener muy en claro a quién está tratando de llegar. La estética en las primeras escenas, por ejemplo, está recargada de pequeños efectos visuales que, al principio, parecen propios del código de algunas redes sociales utilizadas por los adolescentes de hoy día, pero que terminan siendo del lenguaje publicitario que apunta a atraer a ese rango etario. Este código es sorpresivamente abandonado y no se retoma en todo el film, lo que hace reflexionar sobre cuál es el motivo real de su inclusión desde un primer momento.
Un punto donde la película se planta muy bien es en su música. Las bandas que suenan, los ringtones, la música que cantan los personajes, todo da cuenta de una época y una forma de mirar al mundo inocentemente, que se contradice, como corresponde, con los estados anímicos del protagonista que se encuentra constantemente en crisis, tratando de entender lo que es el amor, el valor de la amistad y los placeres de la sexualidad.
El relato tiene en sí mismo encerrada la inequidad de lo verosímil de las vivencias reales con lo forzadas de algunas cosas inventadas por el autor. Hay situaciones que tienen una construcción orgánica y con las cuales es más fácil empatizar y situaciones que, probablemente por ser parte de la ficción, simplemente pasan, sin tener ningún desarrollo en el guion y el verosímil queda muy lejos del espectador.
Yo, adolescente es una película necesaria. No sólo por ser un disparador de alertas para aquellos que conviven con adolescentes a los cuales les cuesta entender (con el obvio agravante de lo que viven los jóvenes hoy día en el mundo del Covid-19), sino principalmente para trasmitirles a esos mismos adolescentes que no están solos. Aun así, el producto cinematográfico no está a la altura de lo que la historia y sobre todo su moraleja quieren contar y si bien eso no anula el mensaje, sí desperdicia la oportunidad de contar con altura esta historia trascendental.