La biblia que ametralla
Hay grandes temas que tienen una dificultad pasmosa para ser tratados en una película; la adolescencia es uno de ellos. Los motivos pueden ser varios, pero muchas veces se reduce a ese desenfreno por poner todos los subtemas en el mismo casillero, aunque revienten las costuras del tema principal. El recorte es lo único que no está en Yo, adolescente, esa palabra tan valiosa y que en su despliegue conceptual podría colaborar a evitar ese descontrol por ensancharse más allá de las posibilidades físicas y narrativas. Yo, adolescente cae en todas las trampas; en los clichés, en los estereotipos y hasta en la miseria del golpe bajo. El protagonista es Nicolás de 16 años, a quien le dicen Zabo. Su presentación tiene fecha: 30 de diciembre de 2004. Sí, la noche fatídica de Cromañon en la que perdieron la vida 194 personas, en su mayoría jóvenes. La familia de Zabo está preocupada (o al menos es el sentimiento que intentan demostrar los intérpretes que hacen de su madre y su padre) porque él fue a un recital esa misma noche de terror, aunque en otro lugar. Tal hecho es solo una postal o un punto en un mapa de la historia, la cual se desarrolla a continuación; su gran problema es el cómo y no tanto el qué. Durante los meses posteriores, la actividad nocturna (en especial bares, boliches y conciertos) tuvo los ojos de un control inexistente antes de la tragedia mencionada. Aquí el director Lucas Santa Ana hace una recreación de cartulinas de colores de los lugares “alternativos” a los que los adolescentes recurrieron para suplir esa ausencia. La estética planteada parece salida de los productos de Cris Morena; la composición de imagen y las situaciones narrativas responden a ese criterio. Zabo encuentra en un galpón abandonado la oportunidad para armar fiestas, las que se van agrandando en número de presentes por un ”boca en boca”. Las reuniones tienen el tratamiento de un cumpleaños infantil porque los personajes hablan de sexo y de otros problemas como si estuvieran recitando sus textos en un acto escolar; un problema casi de raíz en el cine argentino, del cual esta película no tiene la culpa.
Desde el principio todo lo que no se puede contar en imágenes, Santa Ana lo rellena con una voz en off del protagonista, pobremente justificada por la existencia de un blog-diario íntimo. La historia sigue a Zabo en un derrotero por sus dudas en cuanto al amor; si le gusta una amiga muy amiga, si le gusta un amigo muy amigo (ah, por cierto, que se suicidó, nos cuenta un flashback al pasar) o si, finalmente, le gustan las chicas y los chicos por igual. La narración parece encontrar rumbo en el conflicto de la confusión amorosa o en el descubrimiento de sensaciones y demás peripecias. Se podrían resumir en: la amiga que le gustaba se va con otro pibe, una chica mayor que él de la que se enamora pero que tiene novio y, por último, una relación exclusivamente sexual con un compañero. Igual no, a Zabo no le gustan los hombres: él sólo está experimentando. Los cruces y enredos no tardan en hacer mella en su vida, como si fuera una bomba de tiempo a punto de explotar en cualquier momento.
El libro del que se transpone el texto para esta película es un best seller, pero ello no resulta suficiente para que la cosa funcione. Que el tema sean los conflictos adolescentes, tampoco. ¿De qué sirven entonces los aspectos del lenguaje? ¿La fotografía está para alumbrar o para narrar con imágenes? ¿El sonido está para que se escuchen los diálogos o para intentar crear capas que cuenten a la par de lo que se ve? La crítica también es responsable: ¿Cuántas veces leemos o escuchamos de una película solo un extracto temático? Es un deber exigirle a una película que se valga de los recursos cinematográficos, de una nobleza que solo el cine puede dar. Yo, adolescente es una ametralladora sin control: sexualidad, muerte, suicidio, música, aborto, amistad y mucho más; todo en un compendio audiovisual de una hora y media. El abordaje propuesto apenas implica una lustrada a los temas, un tratamiento aleccionador de cotillón típico de una tira diaria. No es de extrañar que el libro sea presentado como un manual o una obra definitiva para escuchar a la juventud. De la misma manera que Abzurdah fue abrazada como la novela cumbre sobre las distorsiones alimenticias y el abuso sexual, aquí se pretende universalizar un gran tema. No hay nada más errado y peligroso que sugerir lo general para entender lo particular. Y Yo, adolescente, más allá de sus pobrezas cinematográficas, quiere ser la biblia de una generación, con todo lo terrible que eso conlleva.