Como a miles de adolescentes en la anteúltima noche de 2004, el teléfono de Nicolás “Zabo” Zamorano (Renato Quattordio) explotaba de llamadas perdidas al salir de un recital junto a su mejor amigo.
Las madres de ambos no eran las únicas desesperadas por información tranquilizadora durante esas primeras horas donde todo dato fue confuso e incompleto, antes de confirmar que casi doscientas personas habían muerto durante el incendio en República Cromañón. La tragedia ocupó la mente de todo el mundo, tanto que Zabo no se enteró del suicidio de su amigo Pol hasta varios días después.
La conjunción de ambos eventos hizo que el verano en que cumplió 16 años fuera uno muy atípico para Zabo, viendo deshacerse su adolescencia al mismo tiempo que se le impedía ejercer las últimas hilachas de libertad que le quedaban, antes de ser empujado por la fuerza hacia la adultez.
Sin el apoyo de su mejor amigo y confidente, cuya muerte lo afectó mucho más de lo que se permitía aceptar para el afuera, solo encontró algo de desahogo en el blog Yo, Adolescente, un espacio que le permitía vomitar todas esas cosas que no podía sacarse de adentro en el mundo físico. Incapaz de entender profundamente lo que siente o poner en palabras su soledad, su deseo y sus miedos son lo único que dan un poco de orden a los esfuerzos de Zafo por encajar en un mundo que le es un tanto ajeno; un mundo que le pide elegir etiquetas con las que no termina de cuadrar.
Un cuento de soledad en manada
La trama de Yo, Adolescente es adaptación de la novela que a su vez recopiló, quince años más tarde, las publicaciones del blog de Zabo, una autobiografía ficcionalizada que -como la vida real- abarca muchos temas y no siempre con la mayor de las coherencias.
Con elipsis de varios meses en las que algunos personajes entran o desaparecen sin mayores detalles, la narración de Yo, Adolescente pasa por momentos de mayor solidez y claridad que otros donde se desdibuja o pierde el ritmo, desviándose en profundizar detalles que quizás no hubieran merecido tanta atención.
Las palabras que escribe de Zabo en Yo, Adolescente aparecen subrayadas, remarcadas en off para que nada se pierda en el camino. Rara vez es el mejor recurso y esta no es la excepción, porque el relato literario superpuesto al visual no le hace grandes favores y más de una vez parece una solución demasiado simplista; un recurso muy directo que hubiera sido más interesante con mayor síntesis. Seguramente para el director –Lucas Santa Ana– era menos importante contar una historia en el sentido tradicional del término, prefiriendo abrirnos una ventana a la mente de su protagonista para exponer un tema del que parece estar prohibido hablar, como lo es la depresión y el suicidio adolescente.
La ambientación general y el uso de la música, dos recursos que nunca se quedan en la anécdota de época sino que forman parte de lo que intenta contar Yo, Adolescente, ayudan a sostener y darle cuerpo a esa historia algo deshilachada que va perdiendo claridad a medida que se acerca al desenlace.
Es interpretada por un elenco que complementa sus personajes poco definidos con una buena química interna; vuelven verosímiles a sus aportes rodeando al protagonista.
Yo, Adolescente
Hay historias que no son para todo el mundo, que apuntan a algunas personas en especial. Si tuviste una adolescencia de clase media en Buenos Aires a principios de siglo, ninguno de esos problemas de ritmo o narración van a importar mucho, porque Yo, Adolescente te va a estar hablando directamente.
Si fuiste parte de esa generación a la que Cromañón le enseñó antes de tiempo que no éramos inmortales, si todavía te duele algún amigo que no volvió aquella noche o que nunca fue el mismo después de cargar con un cadáver de su misma edad o incluso si no te tocó tan de cerca esa historia pero tuviste la edad correcta en el momento incorrecto, es muy probable que encuentres en esta película pedacitos de tu vida reflejados en la pantalla con una nitidez incómoda y hasta quizás dolorosa.
La adolescencia es una época de la vida que suele ser abordada en el cine desde una postura más adulta, detrás de un filtro de nostalgia que borra o suaviza las complejidades del autodescubrimiento, especialmente cuando la respuesta no es algo que encaje fácilmente en lo esperado. Al haber sido escrita originalmente en presente y primera persona, Yo, Adolescente ofrece una mirada cruda pero sincera de esos años, focalizándose en un personaje al que le resulta particularmente difícil congeniar lo que quiere ser y con lo que se espera que sea, sin nadie cerca para ofrecerle una mano.